Fue protagonista de la Campaña de la Breña para resistir la invasión chilena en la cordillera peruana. Se ganó el apelativo del ‘Brujo de los Andes’ porque a pesar de la mayor cantidad de soldados que integraban el ejército chileno se enfrentó a ellos en múltiples combates. Cuentan que disfrazaba a las llamas con chullos y ponchos para hacer ver su mayor numero de tropas ante el enemigo, Se hacía perseguir por terrenos difíciles hasta alturas insoportables para los adversarios, quienes caían víctimas del soroche, otro truco que le usaba era poner las herraduras de los caballos de forma inversa para despistar al ejercito chileno.
Una de las muchas Del «Brujo de los Andes»:
Con este epíteto es conocido nuestro inmortal paisano: Mariscal Andrés Avelino Cáceres, de quien se cuentan varias tradiciones, muy divertidas y originales. Una de ellas es la batalla de «Acuchimay», que se realizó en 1882.
Estaba acantonado un destacamento chileno en el cuartel de Santa Catalina de Huamanga, con todos los pertrechos de guerra: fusiles, municiones y algunos cañoncitos.
Cáceres quiso atrapar aquellos fusiles y municiones, para sus montoneros, que sólo tenían como armas de combate: rejones, cuchillos, garrotes, lazos de cocobolo, etc. Para el efecto ocultó a sus montoneros tras el «Cerro de Campanayocc«, y él se dirigió a la quebrada de «Huatatas«, donde cambió sus vestimentas de militar y se disfrazó de chuto. Con sus cargas de leña, se dirige a la ciudad de Huamanga.
Bien pronto se encontró con un chileno, quien le interroga:
«Oye chuto, le dice, ¿vendes tus cargas de leña?
» Sí taytay, responde Cáceres
¿Cuánto cuesta?
Le contesta, el Brujo:
«A escayral tayra» bien, vamos.
Encamínense con el soldado chileno para que descargue en la cocina. En esos instantes, Cáceres, ya echó ojo, donde estaban los armamentos y municiones.
Recibido sus cuatro reales, valor de las cargas de leña, se retira muy contento el chuto «Cáceres». Regresa a «Huatatas», devuelve los dos borriquillos, nuevamente cambia sus disfraces de chuto, y se encamina donde sus montoneros.
Planeó el combate, y de noche se sitúan tras del cerro «Acuchimay», con sus montoneros, más cuarenta y cinco llamas, a cuyos animales les atan trapos bien encebados al cuello. Cada montonero con sus teas encendidas, y los pescuezos encebados de las llamas, también fueron encendidos.
A una señal, a las nueve de la noche, todos: montoneros y llamas, emprendieron la bajada del cerro, con una bulla fenomenal, acompañado del sonido de latas y cohetes, que al verse el cerro, parecía que descendía una poderosa fuerza de miles de soldados, al grito de:
«Mueran los canallas chilenos».
La guarnición de Santa Catalina no tuvo otro remedio que irse a la fuga; sin pensar siquiera en defenderse, dejando los fusiles, municiones, cañoncitos y pertrechos de guerra.
Entran a la ciudad por «lIucha llucha», y toman el cuartel, y tranquilamente sin perder ningún hombre, se apoderan de los fusiles, municiones, etc., y se retiran a las punas de Altungana, donde comenzó a enseñar a sus montoneros el manejo de las armas; e instruía ya las tácticas de batalla, con toda la técnica bélica de entonces.
Los chilenos, casi muertos de espanto se detuvieron en las quebradas de la «Totora», y como nadie les perseguía, al día siguiente regresan sigilosamente a Huamanga; averiguan de las huestes de Cáceres, y llegan a saber que se habían retirado esa misma noche. Constituidos en su cuartel vieron con sorpresa que o habían limpiado de todo lo que tenían. Al verse engañados tan puerilmente, los chilenos estaban más coléricos que nunca. Aún más, por la treta de las llamas, con que habían sido suplantados, por el «Brujo de los Andes».
Al día siguiente mandaron publicar un bando donde ofrecían mil quinientos pesos por la cabeza de Cáceres; cosa que no pudo cumplirse, pues nuestro héroe Huamanguino murió muchos años después; aún fue Presidente de la República por dos veces y finalmente Mariscal del Perú. Murió de puro viejo, bien tranquilo en su cama, en su residencia, en la ciudad de ‘los Reyes», Capital de la República, en el año de 1929.
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