La batalla final de Huamachuco el triunfo definitivo de chile

Imperdonable habría sido omitir una fecha tan importante como lo es el 10 de julio. En una fecha como hoy, en la localidad peruana de Huamachuco nuestros soldados alcanzaron la que sería la victoria definitiva, poniendo fin a la guerra y estableciendo un claro triunfo chileno sobre quienes hasta entonces eran nuestros enemigos. Es una fecha importantísima para nuestro país, pues no sólo marcó el fin de una guerra, sino también el inicio de más de 120 años ininterrumpidos de paz, algo que pocos países en el mundo pueden exhibir 

La batalla final de Huamachuco

La mañana del 9 de julio los reveló aún impávidos, en sus mismos puestos y sin quitarse la vista de encima. Cáceres, un tanto impaciente, ordenó cerca del mediodía que un grupo de sus hombres se desplazara hacia un costado del monte y comenzaran a disparar y gritar ruidosamente, intentando hacer creer a los chilenos que la división de Arriagada se había devuelto y libraba combate con los peruanos. Sin embargo, Gorostiaga no lo creyó y sus hombres permanecieron inmutables en la altura del Sazón.

Pasaron las horas, la noche volvió a caer y la batalla aún no empezaba.

Andrés Avelino Cáceres

En horas nocturnas, Gorostiaga se reunió con sus hombres y comunicó la necesidad de tomar una decisión. Los víveres alcanzaban sólo para un día más y los montoneros podían ser reforzados con los del Coronel Puga, por lo que ya no podían esperar más. Gorostiaga les recordó, además, que esa noche se cumplía el primer aniversario del Combate de La Concepción, por lo que había llegado la hora de volver a levantar las banderas de honor y gloria.

A las 6 de la mañana del día siguiente, el glorioso 10 de julio de 1883, comenzaba el feroz combate final cuando dos compañías del Zapadores, al mando del Capitán Ricardo Canales, bajaron al valle y corrieron hacia las faldas del Cuyurga. Dos batallones peruanos se les arrojaron intentando flanquearlos por el lado del cerro Prieto, por lo que Gorostiaga ordenó reforzar el grupo con dos compañías del Concepción, al mando del Teniente Luis Dell’Orto. Como tardó en llegar, Canales ordenó un feroz ataque de bayonetas, con el que lograron romper la línea enemiga que pretendía cerrarles el paso, pero comenzaron a replegarse sin dejar de disparar mientras se reunían con los hombres del Concepción.

En un inesperado error, Cáceres creyó que la retirada del primer grupo de atacantes chilenos era definitiva y ordenó que todos sus hombres se arrojaran cerro abajo, para aplastar al enemigo en el valle, mientras los siguió observando la escena desde la montura de su fiel caballo «Elegante».

Pero abajo, el resto de la fuerza chilena se concentró en una línea de defensa ordenada por Gorostiaga, que contuvo con energía a los peruanos y comenzó a provocarles grandes bajas. Por tres horas los chilenos lograron enfrentarlos a pesar de la inferioridad numérica, que casi le costó perder al flanco izquierdo del Capitán Julio Z. Meza y sus hombres del Talca. Apoyados con la artillería del Comandante Fontecilla, lograron mermar a sus atacantes con heroico poder de resistencia.

Al flaquear el flanco izquierdo, los soldados de Cáceres se concentraron por la derecha, tratando de rodear a los chilenos, y al principio pareció estar a su favor esta acción. Es aquí donde el «Brujo de los Andes» comete su segundo e insólito error, al ordenar que bajaran la artillería al valle atacando a los chilenos de frente.

Un insólito optimismo le había inundado a él y a sus hombres, los que, luego de tomar el pueblo, comenzaron a hacer sonar las campanas de la iglesia de Huamachuco en señal de victoria y a celebrar con orfeón musical como si el combate ya estuviese definido.

Gorostiaga ordenó al Ayudante Santiago Herrera partir a comunicar al Mayor Sofanor Parra que lanzara un doble ataque de cazadores, por ambos costados de la masa en combate, mientras se realizaría un ataque frontal de infantería con las bayonetas brillando al sol. Parra hizo sonar el son de corneta y la caballería se arrojó colérica sobre el enemigo, al igual que los demás hombres.

La violencia y el poder de esta carga fue devastadora, destrozando a los peruanos y destruyendo la línea de fuego, para alcanzar después los cañones, con lo que Cáceres perdía su artillería.

Los chilenos de infantería, en tanto, irrumpieron con tanta agresividad que arrasaron al enemigo provocando escenas de pánico y terror, que llevaron a muchos de ellos a soltar sus armas y arrancar despavoridos del lugar. Los más valerosos se mantuvieron hasta el último momento en sus puestos, pereciendo atravesados por el corvo, la bayoneta o el sable.

Cáceres no podía creer lo que veía. Los sobrevivientes de sus hombres escapaban en completo caos y quedaba el valle alfombrado con los blancos uniformes ensangrentados de sus hombres. De pronto, advirtió que un pequeño grupo de caballería liderada por el Teniente Abel Policarpo Ilabaca, se acercaba peligrosamente hacia su posición, ante lo cual escapó en loca carrera. Los chilenos lo persiguieron por un largo tramo hasta que, de pronto, Cáceres llegó al borde de una quebrada dando su caballo un salto magnífico, que ha pasado a formar parte de la antología narrativa histórica peruana. Y la leyenda humana, de esta manera, escapó. Los caballos de los chilenos, al llegar a la misma quebrada, cansados por el combate, frenaron de improviso, obligándolos a ver cómo desaparecía en la distancia aquel general de proporciones míticas.

Culminaba, de este modo, la racha del ilustre «Brujo de los Andes». El episodio liquidaba, además, una mística que los peruanos se han negado a aceptar, en algunos casos, hasta nuestros días: el mito de la condición invicta del General Cáceres. En efecto, no es inusual encontrar fuentes peruanas donde se sigue insistiendo en que el general jamás fue vencido por los chilenos, dando complicadas y rebuscadas fórmulas para poder presentar la batalla de Huamachuco como un eventual «empate» o, simplemente, omitiéndola de los relatos.

Terminaba así la epopeya del heroico guerrero peruano. Ya no había ninguna posibilidad real de resistencia y la campaña de la sierra conseguía su principal objetivo, al aniquilar a las fuerzas militares del Perú y reducir las montoneras a meros clanes dispersos de alzamiento indígena.

Después de la epopeya: el Tratado de Ancón 

Al terminar el combate, la cantidad de muertos y armas enemigas que quedaron en el campo de batalla dejaron en claro a los chilenos que la victoria parecía ser definitiva. Sin embargo, al regresar al pueblo y presenciar los estragos que la violencia peruana había dejado contra los civiles inocentes los días anteriores, por haber permitido que allí alojaran los chilenos, además del deseo de venganza que contenían desde hacía justo un año, por lo de La Concepción, desató una colérica reacción de parte de los hombres de Gorostiaga, quienes decidieron castigar con el máximo rigor a los jefes peruanos y a sus soldados, siendo fusilados, incluyendo al Comandante Leoncio Prado, hijo del ex Presidente Mariano Ignacio Prado, quien fue ultimado de un disparo en la cabeza, lo que llevó erradamente a muchos a pensar que se había suicidado evitando caer en las garras del enemigo. Por supuesto que los historiadores han condenado el ajusticiamiento de Prado por los chilenos, presentándolo como un crimen de guerra. Sin embargo, se recordará que esta era la tercera vez que el guerrillero -que había adquirido amplia experiencia en la insurgencia de Cuba- era detenido en combate, habiendo estado preso inclusive en Santiago, siendo liberado bajo promesa con su honor de que no volvería a comprometerse en acciones de guerra. También hubo desertores chilenos que fueron drásticamente castigados, esa misma jornada.

Este acontecimiento es otro de los hechos que el Perú jamás le ha perdonado a Chile, enrostrándoselo históricamente como una masacre innecesaria a pesar de la carnicería que las fuerzas de Cáceres habían cometido contra sus propios compatriotas en Huamachuco.

Con la guerrilla destruida, con la Sierra libre de las fuerzas de Cáceres y con el gobierno de Iglesias en pie, la hora de la rendición había llegado. El Gobierno de Chile ordenó el envío de armas y préstamos de dinero a Iglesias, al mismo tiempo que se ordenaba una expedición al mando del ilustre Coronel José Velásquez contra Arequipa, donde permanecía el Almirante Montero.

La noticia de la derrota de Cáceres desató el estupor de las montoneras que aún rondaban por el interior. Desesperados, los Comandantes Albarracín y el cubano Pacheco Céspedes cargaron todas sus últimas fuerzas contra los destacamentos chilenos que allí permanecían, sin éxito. Frustrados, arremetieron contra sus mismos compatriotas saqueando pueblos y asolando caseríos en busca de provisiones. Montero, en tanto, a fines de julio de 1883, dispuso que un grupo de sus hombres partiera rumbo a Moquehua, conciente de que iba a caer tarde o temprano.

El 2 de agosto, Pacheco Céspedes fue interceptado con su montonera en Mirave. 150 unidades de Caballería de los Escuadrones Las Heras y General Cruz, y 50 soldados del 5º de Línea, al mando del Mayor Duberlí Oyarzún, aplastaron a sus hombres, obligándoles a salir huyendo en desorden. Aparentemente limpio de montoneras, Velásquez partió por el camino hacia Arequipa de Sama, con 2.200 hombres del 5º de Línea, Ángeles, Carampangue y Rengo, más los Escuadrones de General Cruz y Las Heras. Partieron el 14 de septiembre y llegaron a Moquehua, ocupándola sin resistencia. Las tropas de Del Canto habían desembarcado cerca de Ilo y marchado también hacia el interior, para reunirse con Velásquez. Formaban este grupo 3 mil hombres del 2º de Línea, 4º de Línea, Lautaro y Curicó; 200 eran de caballería.

Alertado por el inminente avance chileno y la nula capacidad de dar real resistencia, Montero llamó a su Jefe de Estado Mayor, General César Canévaro, intentando un último acto de concentración de defensas. Sin más opción que aprovechar la geografía de la zona, se pretendió dar combate a las fuerzas de Velásquez en Huasacache, destacando posiciones también en Chacaguayo, Pocsi y Puquina, todas ellas en altura.

Mientras esto ocurría, el 17 de septiembre, el Presidente Santa María enviaba a Aldunate a Lima para el reconocimiento del nuevo gobierno del Perú, ya no más Regenerador, sino oficial y constituido.

Tras mucho andar, Velásquez emprendió el avance a Morromo y Omate un mes después de iniciada la misión de Aldunate, hacia el 16 de octubre de 1883. Pasaron por la misma Cuesta de los Ángeles que en 1880 había sido testigo de otra gran victoria chilena, y determinaron que debían lanzarse desde el próximo destino, directamente a la cuesta de Huasacache, donde les esperaban los últimos esfuerzos de resistencia del Perú.

En tanto, el día 18 de septiembre, Chile emitía el reconocimiento oficial del Gobierno de Iglesias, a través de Novoa, y el mandatario peruano partió por mar a la ciudad de Ancón, donde le esperaban Novoa y 830 soldados peruanos. El día 20 de octubre se firmaba el Tratado de Paz y se ponía término oficialmente a la guerra. En el acuerdo, se reestablecían las relaciones entre ambos países, se cedía Tarapacá perpetuamente a Chile y pasaría a su territorio Tacna y Arica hasta que un plebiscito decidiera si así continuaba o retornaban al Perú, debiendo pagar el ganador del mismo 10 millones de pesos a la otra parte.

Este acuerdo histórico es el que ha pasado a la historia como el Tratado de Ancón. Con él, Chile podía dar ya como técnicamente ganada la guerra.

 


General Alejandro Gorostiaga Orrego (La Serena, 12 de mayo de 1840-Santiago, 30 de octubre de 1912)


 

Fuente:

razonyfuerza

Soberanía Chile