Gastón Velasco, estudioso que ha dedicando su vida a la defensa de la causa boliviano en la cuestión del Pacífico, es el primero en hacer un aporte serio y documentado sobre este capítulo de la desgraciada guerra del salitre. Tomando por base algunas afirmaciones periodísticas del columnista Víctor Santa Cruz que repite la centenaria infamia del ocultamiento de la noticia, por seguir el carnaval “en circunstancias en que se divertían en una casona de la calle Comercio», y que la noticia había llegado mediante mensaje telegráfico transmitido desde Tupiza y que a su lectura el Presidente había quedado perplejo, guardando el telegrama en su bolsillo para luego salir al balcón a presenciar la farándula carnavalera que en ese momento estaba ya en la esquina de la actual calle Jenaro Sanpinés, lo refuta brillantemente demostrando que en aquella época Bolivia no contaba con servicio telegráfico.
«Daza -dice Velasco- no ocultó ni un solo instante la noticia del invasión, y más bien la dio a conocer por todos los medios posibles a toda la nación de inmediato». Para respaldar sus afirmaciones y hacer su categórico desmentido, realiza un estudio minucioso hasta alcanzar la verdad que había sido ocultada durante 100 años.
Comienza por indicar que el 14 de febrero se produce la ocupación de Antofagasta con su secuela de asaltos y saqueos.
El día domingo –dice- a las cuatro de la tarde llegó al puerto el vapor «Amazonas» enarbolando bandera boliviana, donde por la noche se embarcaron varios ciudadanos bolivianos, entre ellos el Prefecto Zeverino Zapata. El relato es minucioso y lo copiamos en su parte más importante: «el miércoles 10 llegó el vapor a Arica; en el muelle se encontraba el cónsul boliviano residente en Tacna, Manuel Granier que había viajado exprofesamente a ese puerto, para inquirir noticias que el telégrafo desde Iquique le había adelantado».
Dicho señor cónsul, al conocer detalles fidedignos del asalto de Antofagasta, se preocupó en redactar las noticias para el gobierno y mandar de inmediato el correo a
La Paz.
«El jueves 20 (llamado de compadres), salía de Tacna el correo extraordinario enviado por el cónsul Manuel Granier, con los partes y la correspondencia oficial urgente encomendada al estafeta Gregorio Collque, más comúnmente conocido como «el Goyo». Fue el héroe sufrido de esta titánica jornada de vencer 74 leguas en seis días, cruzando desiertos, precipicios, cumbres cordilleranas, la soledad matadora de la altiplanicie, sin un descanso, sino el preciso de acampar solitario.
«Bolivia no tenía servicio de telégrafos y el único medio de comunicación que podríamos llamar directo, era el camino de Tacora a Machacas».
La relación sigue los pasos del Heraldo indio minuto a minuto, peldaño a peldaño hasta su arribo a la ciudad de La Paz, el día 25 de febrero (martes) a las 11 de la noche. Esa misma noche, sin descansar un solo minuto, dice el referido autor, el mensajero buscó afanosamente en diferentes domicilios a Daza, hasta ubicado en la casa del Coronel José María Valdivia, que a la sazón ocupaba el cargo de Intendente de Policía, casa situada en la calle Pichincha (actualmente iglesia de Jesuitas).
«Fue la casa de los Valdivia –prosigue- donde se conoció la indignante noticia de la invasión chilena… Es de imaginar la zozobra causada, cuando el Presidente,
acompañado de sus edecanes, recibió la noticia infausta; tras la lectura de oficios y partes, cruzó a prisa el salón principal encaminándose de inmediato a Palacio de
Gobierno. «Los invitados, ante la extraña conducta del presidente y edecanes que salían apresuradamente de la casa, rodearon a Collque, que había quedado en la
casa, interrogando de sobre lo ocurrido. Les comunico cuantos había sobre el asalto del puerto de Antofagasta».
La noticia que traía la mala nueva, fechada el 19 de febrero estaba suscrita por Manuel Granier y contenía una relación completa y circunstanciada de lo ocurrido desde la ocupación hasta el día que se despachara la comunicación. Daza que se había retirado tan apresuradamente al extremo de no despedirse de los concurrentes a la invitación de los Valdivia, trabajo con algunos de sus ministros hasta la madrugada en la redacción de un mensaje y los decretos de emergencia nacional.
Al día siguiente, según el mismo autor, la noticia también fue difundida desde el púlpito de la iglesia de San Francisco, hecho que dio lugar a una gran concentración que terminó con una multitudinaria manifestación patriótica que desembocó en la plaza de armas. El viernes 28 de febrero, el diario «El Comercio» daba cuenta de los sucesos y publicada las primeras medidas que había tomado el gobierno ciento una de ellas una ley de amnistía amplia y generosa para todos los perseguidos y detenidos políticos, mediante otra disposición legal se declaraba la patria en peligro llamando a la unidad nacional. Finalmente también -cómo se estilaba en casos similares-, se ordenaba la confiscación de bienes de los súbditos chilenos y la concesión de plazo para que abandonen el país pena de ser expulsados violentamente.
Vicuña Mackena, que naturalmente estaba en su papel, seguramente se refocilaba al enterarse que sus engendros de odio contra el Presidente de Bolivia tenían un
tremendo eco, pero resulta que tanto ir y venir, las mentiras se enmarañan y dan lugar a resquicios por donde finalmente aflora la verdad. Vicuña Mackena, al dar rienda suelta a su chauvinismo patrioteril acaba por contradecirse fatalmente.
Ya sabemos lo que dijo cuando se produjo la ocupación de Antofagasta, que la noticia fatal no llegó a La Paz a paso lento de la acémila sino en alas del vapor y del alambre eléctrico. Sin embargo, en su obra sobre la guerra del Pacífico publicada en plena contienda, después de tratar de justificar el alevoso atentado, y al referirse
particularmente a la rescisión del contrato con la Compañía que explotaba el salitre, expresa que, esta noticia no tardó en llegar «y el 11 de febrero a las 2:05 minutos de la tarde, se recibió en el Palacio de Gobierno en Valparaíso el siguiente telegrama transmitido desde Caldera por el gobernador de esa ciudad y por chasqui desde Tacna y La Paz, de donde debió salir el seis, es decir, el día de la notificación de la reivindicación del salitre a nuestro representante en esa ciudad». ¿En que quedamos?
¿La noticia fue transmitida por alambre eléctrico o por chasqui? La calumnia resalta a la vista. El primer infundio, la maquiavélica acusación urdida en Chile contra
Daza quedó destruido y la historiografía liberal boliviana desenmascarada.
Indudablemente que Vicuña Mackena muy bien asesorado y contando con una mente tropical privilegiada se adentro en el alma inocente casi ingenua del pueblo boliviano.
La sencillez y pureza de este pueblo todo puede perdonar menos al traidor, o que lo digan Olañeta, Ruperto Fernández, Seleme o Gallardo. Entre estos nombres malditos también se encontraba el de Daza cargando del mayor de los odios, fruto del más grande y temerario complot para destruirlo.
La calumnia que ha ido rondando durante una centuria execrando el nombre de Daza cumplió como buen boliviano e hizo lo que estaba a su alcance y lo que tenía que hacer en los momentos de peligro.
Su pecado fue ponerse al frente de los grandes consorcios económicos del momento manipulados desde Valparaíso y Santiago con vínculos estrechos con la oligarquía minera de Bolivia.
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