El expediente Prado por Víctor Andrés García Belaunde

La intención de publicar este libro fue la de abrir paso a la verdad sobre un personaje de la historia republicana, absurdamente convertido en casi un «Dios del Olimpo», en un ser superior intocable porque era un héroe, un ciudadano ejemplar, un peruano representativo. Hubiésemos querido que fuera todo eso, pero la realidad es totalmente diferente, porque si alguien tuvo la culpa de la derrota que padecimos en 1879 fue él y la clase política y militar que lo rodeó, en este caso con muy honrosas excepciones, pues nos gobernó desde tres años antes que Chile declare la guerra, sin prepararse para ella, ni hacer nada para evitarla y luego desertó del mando supremo nueve meses después de producida, cuando ya estaba casi perdida.

Todas las afirmaciones sobre cada paso en la vida de Mariano Ignacio Prado están seriamente documentadas. Desde su nacimiento en 1825 (y no en 1826 como siempre se ha dicho) hasta su muerte en París en 1901, y la posterior inhumación en Lima un año después. Sus biógrafos siempre se detuvieron sospechosamente en la hora cenital de Prado: el combate del 2 de mayo y si alguno avanzó hasta el desastre de 1879, comprometió la verdad histórica con documentos falsos, oportunamente rechazados por instituciones respetables.

El peregrinar de Prado en el extranjero no se conocía exactamente e incluso uno de los parientes de doña Magdalena Ugarteche hizo circular la versión que se sostenía gracias al aporte económico de sus amigos.

A lo que nunca se hizo referencia, lo que se ocultó siempre (o es posible también que se ignorase), fue la conexión Prado-Von der Heyde, su concuñado y testaferro. Y los negocios que emprendió «el héroe del Callao» con los chilenos antes, durante y después de la contienda del 79. Es decir, en la misma época que ejecutaron a su hijo Leoncio en Huamachuco en julio de 1883.

Dueño de minas de carbón en Carampangue, en la región del Bío Bío, provincia de Arauco en Chile, se convirtió en proveedor de carbón de las embarcaciones que llegaban a esos puertos, adonde también recalaban los de la Armada chilena, sin importarle que ese carbón fuera transportado hacia una amplia bahía con destino a los buques que merodeaban por nuestro litoral y combatían a la pequeña pero heroica fuerza naval peruana.

Esta manera fenicia de actuar debió de haberse conocido en Lima, porque muchos extranjeros con residencia en Chile estaban en contacto permanente con sus parientes del Perú. Lo que pasó, o lo que debió haber sucedido, fue la adopción de un silencio cómplice. Nadie deseaba hablar, los que tuvieron noticias del caso prefirieron callar, incluso los militares. Ellos, cuando Prado regresó al Perú en julio de 1886 (por la benevolente decisión del presidente del Consejo de Ministros Antonio Arenas, en diciembre de 1885 durante el gobierno de Cáceres) no dudaron en elegirlo presidente de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria. Lo fue de 1890 a 1891 y de 1896 a 1897. ¿Consideraron que Prado era un militar de grandes merecimientos y un «defensor calificado de la patria» en 1879?

Lo cuestionable de estas honrosas determinaciones radica en el mutismo que adoptaron Lizardo Montero, Manuel Villar e Isaac Recavarren, los tres oficiales con una notable hoja de servicios.

Sin embargo, el concepto que en verdad se tuvo de Prado está muy bien definido en la carta de José de la Riva-Agüero a Miguel de Unamuno (24 de diciembre de 1906). Lo llamó «inepto, desertor y rapaz». Para Riva-Agüero su fortuna se inició con el contrato Raphael-Prado, aunque creo que ello se dio con la compra sobrevalorada de los monitores Atahualpa y Manco Cápac, tema que ha permanecido oculto por quienes se han referido a esta vergonzosa adquisición.

A través de este trabajo he anotado el comportamiento del ejército de ocupación. Oficiales y soldados, convertidos en pirómanos, se dispersaron por haciendas y fundos; compañías selectas de soldados chilenos destruyeron factorías y fábricas y cuanto local del Estado encontraron a su paso. Y los jefes impusieron cuantiosos cupos a un sector de ciudadanos. En cada esquina de la ciudad se fusilaba a todos aquellos que defendían su hogar de estupros y robos.

¿Qué sucedió con la cuantiosa riqueza de Prado en Chile, convertida en minas, en tierras, en propiedades urbanas? ¿Incendiaron su residencia de verano de Villa del Mar, derrumbaron a cañonazos sus casas, almacenes y depósitos de Arauco? No, porque (y eso lo he demostrado documentadamente) Prado era un vecino notable de ese país.

Epílogo es sinónimo de conclusión. Podemos decir entonces que el triunfo de las armas chilenas revaloró sus posesiones de Valparaíso, Santiago y Arauco. Se volvió más rico y, fiel a su costumbre, consiguió un nuevo testaferro en el Perú. Esta vez fue su hijo político Juan Manuel Peña Costas.

Otra de las grandes sorpresas en la vida de este personaje fue la fundación del Banco Popular del Perú en 1899 por su hijo Mariano Ignacio Prado Ugarteche, un joven de 29 años sin trayectoria laboral, con excepción de los cursos que dictaba en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Marcos como profesor auxiliar. Curiosamente casi treinta años antes, el general Prado había fundado en Chile el Banco Montenegro, del cual era socio mayoritario con el 95 por ciento de su capital. El año anterior había promovido, comentan sus biógrafos, «el establecimiento de la fábrica de tejidos de Santa Catalina». ¿De dónde salió el dinero? Los Ugarteche, familiares de doña Magdalena, carecían de bienes de fortuna. ¿Su cuñado Peña Costas le prestó lo necesario para sus aportes? Su riqueza no era tan grande como se ha pretendido. ¿Quién puso entonces económicamente en la cima a los hijos del general?

En definitiva, es posible concluir que:

1. Prado fugó en plena Guerra del Pacífico porque defender al país en calidad de presidente del Perú le resultaba contraproducente a sus intereses personales, que estaban en función de sus cuantiosas inversiones en Chile.

2. Lejos de lo que se ha especulado siempre alrededor de la historia del general Prado, éste no comenzó a multiplicar su riqueza a raíz de la fuga durante la guerra (pues en esa época ya era rico), cuando se llevó 3.000 libras (cifra que al cálculo actual podría llegar hasta los 600.000 dólares) del erario público, solo como viáticos —ya que los enviados de éste para la supuesta compra de armas ya habían partido a Europa— sin rendir cuenta alguna posteriormente. Sus malversaciones se iniciaron mucho antes, ya que desde su primer gobierno hizo una compra sobrevalorada de los inservibles monitores Manco Cápac y Atahualpa y de la emisión de vales en la revolución de 1865 contra Pezet; ambas situaciones detalladas con amplitud en el libro.

3. La guerra benefició a Prado, pues, a raíz de dicho triunfo, el nivel de vida en Chile se elevó, lo cual repercutió en el aumento del valor de las inversiones que él tenía allá, de modo tal que dicho caudal multiplicó su valor inicial.

4. Desde que apareció en la escena política del país, Prado comenzó a tejer importantes redes sociales con los principales personajes políticos chilenos, los que le resultaron sumamente útiles para emprender los diversos negocios que tuvo en Chile, invirtiendo el dinero que sacó del Perú en 1867.

5. Finalmente, Prado, después de la guerra, decidió vender todos los negocios que tenía en Chile en 175.000 libras esterlinas (que según los diferentes métodos que utilizan los economistas para hacer las conversiones de actualización de la cifra, dicha suma varía entre 70 millones y 320 millones de dólares) para que pocos años más tarde, ya establecido en Lima, sus hijos emprendieran el camino empresarial con la creación de la Sociedad Santa Catalina y el Banco Popular. Todo ello no hace sino confirmar las serias dudas que siempre hubo sobre el origen del dinero que configuró el llamado Imperio Prado, el más grande poder económico del Perú durante la mayor parte del siglo XX. Definitivamente, el dominio económico de los Prado durante dicho siglo tuvo sin duda su origen en el patrimonio mal habido del general Mariano Ignacio Prado.

Creo que El expediente Prado será una fuente importante de consulta para quienes deseen iniciar nuevos estudios sobre Prado, su entorno y su época; hoy con su verdadera faz y no como había sido presentado desde el siglo XIX.

 

Fuente:

voltairenet.org