La caída de Daza

El ejército chileno había iniciado sus operaciones con 2,000 hombres; pero, en junio de 1879, ya contaba con 10,000 efectivos en Antofagasta y 8,000 adicionales en retaguardia.

Con esa fuerza, transportada por mar, Chile inició, en octubre, la campaña de Tarapacá y, como primer
paso, tomó el puerto de Pisagua, el 2 de noviembre; luego desbarató, en la masacre del 5 de noviembre, a una pequeña unidad boliviano-peruana en el asiento salitrero de Germania.

Entonces, se produjo una situación favorable para las fuerzas aliadas, pues el ejército invasor
podía ser rodeado por norte y sur con un contingente de cerca de 12,000 aliados, comandados por el Presidente Daza, quien se mostraba animoso, confirmando la fama de militar valiente que todavía ostentaba. Sin embargo, Daza cometió errores indescriptibles en la retirada de
Camarones, que dieron lugar a este largo alegato del historiador Querejazu:

«¿Por qué, pese a su gran experiencia como conductor de tropas, no se opuso a que los soldados llevasen sus cantimploras llenas de vino en vez de agua?

¿Por qué hizo que el agua acumulada por los proveedores en los puntos de descanso fuese insuficiente para los caminantes?

¿Por qué quiso aniquilar físicamente a su ejército de tan criminal manera?

¿Por qué telegrafió al Supremo Director de la Guerra diciéndole que sus tropas se resistían a continuar, sin haber escuchado ninguna expresión de ellas en tal sentido?

¿Por qué provocó reuniones de jefes en las que, si él hubiera querido ir a enfrentar al enemigo, le habría sido muy fácil imponer su voluntad omnímoda, y en las que algunos de sus colaboradores más obsecuentes, obedeciendo sus instrucciones, plantearon la idea de la contramarcha?

¿Por qué dio él la orden correspondiente, como si fuera producto de una decisión unánime de los jefes y no de él?

¿Por qué hizo preparativos secretos para volver a Bolivia con sólo las fuerzas de línea, abandonando a los voluntarios, debilitando así el ejército que debía continuar la guerra?

¿Por qué se opuso a los ruegos del Contraalmirante Montero para que el batallón bolivianoLoa” siguiese integrando una división peruana, como prenda de la solidez de la alianza, y prefirió disolverlo y que sus soldados vagasen por las calles de Tacna pidiendo limosna?».

Querejazu cita varios indicios para confirmar la peor de las hipótesis, el indicio mayor proveniente de un testimonio del General Eliodoro Camacho:

«En diciembre de 1880, hallándome en Santiago (como prisionero tomado en la batalla del Alto de la Alianza), conversando particularmente con el señor Domingo Santa María, que poco después fue proclamado Presidente de Chile, en la residencia del señor Aniceto
Vergara Albano, me dijo estas textuales palabras:

Yo ya había arreglado con Daza el retiro del ejército boliviano de la alianza, y aun le di garantías necesarias para la casa de donde debía recoger los fondos Charcas irradió la libertad de America con que Chile remuneraba su conducta”.

Sin embargo, como se precipitó el derrocamiento de Daza, Querejazu supone que el gobierno
chileno no entregó suma alguna al general boliviano y, así, queda flotando la incógnita de si la propuesta chilena, además del soborno personal, incluía el ofrecimiento de Tacna y Arica para Bolivia, que hubiera tramado una barrera geopolítica a las reivindicaciones peruanas,
aunque su aceptación era inadmisible en perjuicio del aliado, y fuente de continua inestabilidad entre dos países hermanos.

 

 

Fuente:

Charcas y Murillo, 2010, Contribución histórica a los Bicentenarios de Bolivia, pag. 50 -52