El desembarco chileno en Antofagasta efectuado el 14 de febrero de 1879, con poca resistencia, en el entonces puerto boliviano de Antofagasta, fue la primera acción militar de Chile en la guerra del Pacífico. Con éste se dio inicio a las operaciones militares de dicha guerra que aun no estaba declarada por ninguno de los dos gobiernos.
Batallón Nº 3 de Línea del Ejército de Chile, formados en columnas en la Plaza Colón de Antofagasta en 1879, tras el desembarco
Para esta operación, se sumaron 9.500 hombres, pero para el desembarco en Pisagua se destinaron 4.890 soldados, otro tanto fue enviado a Junín (2.175 hombres) y el resto quedó en la reserva de la flota.
A las 5:00 de la mañana se divisan desde la costa en Pisagua las luces de 19 barcos chilenos, por lo que el coronel Isaac Recavarren decide llamar a los batallones Victoria e Independencia al mando de Pedro Villamil, con 964 bolivianos, que se encontraban en las alturas Alto Hospicio para reforzar el puerto.
La defensa de los aliados ubicó a los soldados entre las rocas, línea que recorría Isaac Recavarren a caballo para impartir órdenes.
A las 7:00 de la mañana, se inicia el bombardeo a las dos baterías de tierra y poco después se disponen tropas chilenas en chalupas de desembarco.
Al llegar a Pisagua, el blindado «Almirante Cochrane», al mando del comandante Juian José Latorre y la corbeta «O’Higgins» a cargo del capitán de fragata Jorge Montt atacaron el fuerte sur, mientras que al fuerte norte lo atacaron la cañonera «Magallanes» y la goleta «Covadonga». El fuerte norte sólo pudo contestar un solo disparo antes de quedar inutilizado. El fuerte sur mantuvo sus fuegos durante un tiempo mayor, pero fue finalmente inutilizado por la artillería naval chilena.
A las 8:00 de la mañana se dio inicio a la operación de desembarco. Se embarcaron la 1° y 3° compañías del regimiento Atacama, al mando del subteniente Rafael Torreblanca, y dos compañías del regimiento Zapadores comandadas por Manuel Villaroel, de las cuales lograron llegar hasta la playa unos 450 hombres.
Los peruanos se replegaron ordenadamente, pero los bolivianos no pudieron mantener el orden en su acción de toma de posiciones. Sin embargo, problemas de coordinación en el ejército de Chile retrasaron el desembarco permitiendo a las tropas peruanas reagruparse y tomar mejores posiciones defensivas, lo que dificultó el avance de los atacantes. Pese a la defensa, las tropas atacantes logran tomar las trincheras peruanas y comienzan la penetración hacia el interior. Las embarcaciones chilenas, entre tanto, regresaban a su escuadra en busca de una segunda oleada.
A las 10:00 de la mañana, tras tres horas de combate, las baterías fueron inutilizadas, lo que posibilitó al fin el avance de las lanchas chilenas protegidas por la artillería naval. La defensa aliada repelió este desembarco lo que se tradujo en descoordinaciones en los oficiales chilenos que proponían desembarcar en Junín o en Pisagua Viejo o en Ilo pensando frustrado este primer desembarco.
Tras la primera oleada de asalto, logró embarcarse una segunda ola de soldados, el resto del regimiento Atacama, más 30 soldados del 2° de Línea bajo las órdenes de Emilio Larraín y tres compañías del Buin, estos últimos al mando del teniente coronel José María del Canto Arteaga, mientras los blindados se acercaban a la costa para reducir la defensa. Montones de carbón y sacos salitre servían de parapeto a los aliados. Isaac Recavarren decide el repliegue de la defensa ante la segunda carga chilena y el incendio del carbón y salitre que servía de defensa.
A las 14:00 se produce el desembarco en Junín, informado ante ello Recavarren decide replegar los restos hacia la estación de San Roberto.
El ascenso hacia posiciones más favorables por parte de los chilenos fue muy difícil, dada las condiciones del terreno y la defensa de los aliados. La sucesiva incorporación de tropas chilenas permitieron tomar finalmente las alturas, llegando hasta la pampa del Hospicio en la cumbre de la meseta.
Con la artillería de los buques se atacó el ferrocarril y los montones de carbón y salitre, donde se mantenían parapetadas gran parte de las tropas aliadas. Las granadas navales encendieron el salitre y comenzaron los incendios.
Desenlace
Debido a los incendios y a lo tóxico del humo, los aliados retrocedieron cerro arriba y el segundo desembarco chileno pudo concretarse con éxito, llevando cerca de 100 hombres del Atacama, del «Zapadores», del «2º de Línea» y del Buin, quienes se incorporaron a los primeros grupos y cayeron sobre las tropas en la cumbre, derrotándolas en toda la línea. Al llegar el tercer desembarco chileno, el conflicto había terminado. A las tres de la tarde, el teniente Rafael Torreblanca iza la bandera de Chile en un poste de Alto Hospicio.
A las 16:00 finalmente abandonan Pisagua Isaac Recavarren y su ayudante Del Mar y los últimos defensores. Llegan a San Roberto a las 16:30 donde se encontraba el general de división EP Juan Buendía. Después de un reconocimiento a los defensores y vivas a Bolivia y el Perú, inician la marcha a San Francisco.
Las bajas chilenas fueron de 58 muertos y de 173 heridos; las de los aliados fueron calculadas en 200 entre muertos y heridos.
Consecuencias de la Guerra del Pacífico para Antofagasta
La Ciudad se sumió en una profunda crisis por la paralización temporal de la extracción de salitre, y el menoscabo de su autonomía política. Su resurgimiento se consolidó en 1888 con el decreto que la convirtió en provincia.
Las consecuencias de la Guerra del Pacífico para Chile fueron positivas, no obstante Antofagasta tuvo que enfrentar en los años posteriores a la guerra una severa crisis económica y pérdida de autonomía.
La anexión territorial de Antofagasta permitió a la élite chilena tomar el control del salitre que producían los empresarios ingleses a través de la vía impositiva, con extraordinarias perspectivas en el mercado internacional. De paso, agregó nuevos mercados para la agricultura y creó nuevas fuentes de ingreso fiscal.
Pero el alistamiento de muchos mineros en la guerra paralizó momentáneamente las faenas de extracción mineral y ocasionó una profunda crisis en Antofagasta, a lo que se sumó la disminución de autonomía política y eficiencia administrativa.
Al momento de la ocupación de Antofagasta, las tropas chilenas removieron a las autoridades de la ciudad y del departamento del Litoral y éstas se adscribieron al centralismo de Chile, que designó nuevos jefes administrativos a través de bandos y decretos.
Los alcaldes sólo tenían funciones consultivas y las decisiones estaban en manos del gobernador. Este sistema consolidó la chilenización del territorio, pero estancó el desarrollo de Antofagasta por la lentitud que encerraba el proceso y la ausencia de una mirada de las necesidades locales.
Entre 1879 y 1885 Antofagasta sufrió un fuerte revés en su desarrollo. La Municipalidad de Antofagasta tuvo una administración deficitaria, caracterizada por su escasez de recursos e incapacidad para otorgar servicios básicos a la ciudad. Incluso, en 1881 debió suspender el riego de calles, el uso del alumbrado público y la policía urbana.
El resurgimiento de la ciudad comenzó con el fin del conflicto, y se acentuó en 1888 cuando el gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda decretó la creación de la Provincia de Antofagasta.
Esta medida dotó a los antofagastinos de derechos políticos. Pudieron elegir a sus representantes al Congreso de la República y participar con propiedad de la vida pública y cívica del Estado de Chile.
En paralelo, se implementaron políticas de fomento a la minería y la exportación de la riqueza regional, que favorecieron el crecimiento y desarrollo de la ciudad puerto en los años venideros.