Tomás Caivano nos relata en este capítulo la batalla de Tacna, también llamada del Alto de la Alianza (26 de Mayo de 1880).
La absoluta superioridad del invasor en materia de número de tropas, artillería y caballería nos hizo, sin embargo fácil su éxito. Los propios cronistas chilenos coinciden en se señalar que hubo momentos en que ejercito de su país estuvo a punto de ser derrotado. Y después, como no, la repetida escena del repase, el saqueo, las violaciones y el salvajismo para con los civiles. Era como si Chile fuese incapaz de acceder a la grandeza, aquella que es propia de quien añade el poderío de sus armas la magnanimidad del espíritu.
«La batalla más grande y encarnizada que registran los anales de la presente guerra», dio el corresponsal del «Mercurio».
El texto a continuación… Está transcrito del libro de Caivano:
El choque entre los dos ejércitos tuvo lugar el 26 de Mayo. Terrible y encarnizada fue la lucha durante cuatro horas consecutivas, desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde; hora en la cual, dominado por el número y casi diezmado por la poderosa artillería enemiga, que artilleros escogidos (ingleses y alemanes en su mayoría) manejaban admirablemente, el ejercito de la alianza se vio obligado a batirse en retirada, dejando sobre el campo de batalla cera de 3,000 de los suyos, entre muertos y heridos.
A honra y prez de la oficialidad peruana, que mostro en esta batalla de lo que hubiera sido capaz en mejores condiciones políticas de su país, hay que notar que murieron valerosamente en sus puestos, seis primeros comandantes de batallón, un comandante general de división y gran número de oficiales inferiores; dígase lo mismo de la oficialidad boliviana, cuyo comandante general, coronel Camacho, fue horriblemente herido en unión al jefe de Estado Mayor, general Perez, que perdió desgraciadamente la vida dos días después a consecuencia de sus heridas, mientras el otro a duras penas salvara su vida.
En esta relación que más tarde (31 de Junio) leía ante el Congreso Nacional de Bolivia el presidente de aquella República, general Campero, que como hemos dicho ya, ejercía el mando en jefe del ejército peruano – boliviano, encontramos:
“Como se ve, señores, nuestro desastre no podía ni puede atribuirse…sino únicamente la superioridad del enemigo, en número, en elementos y recursos de todo género.
En efecto, en cuanto al número, se puede asegurar que era casi el doble respecto del nuestro, pues contaba con un ejército que podía calcularse de 14 a 16 mil hombres, mientras que el nuestro solo era de 9,000, incluso los enfermos como antes lo he dicho.
Su artillería, que contaba de 50 a 60 piezas, era de mayor calibre y de más poder que la nuestra, que solo contaba de 23 piezas, no todas de buena calidad; los Krupp de aquella eran de calibre de 9, aparte de 8 piezas de mayor poder, mientras que los nuestros, que no formaban sino una batería de 6 piezas; solo eran del calibre de 6; aquella estaba infinitamente mejor provista y servida que la nuestra.
Su caballería era poderosa, pues constaba de mil jinetes perfectamente equipados y provisto de armas blancas y de fuego, al paso que nosotros no contábamos con este elemento tan necesario; pues no es considerar el pequeño cuerpo de Húsares de Junín, que no tenía sino cientos y tantos hombre bien montados, pero provistos solo de armas de fuego, lo que hacía en cierto modo inútil para los servicios a que la caballería se consagra en una batalla”.
¿El ejército chileno paso de consiguiente a banderas desplegadas sobre el de los aliados?
No: Como hemos dicho anteriormente, el combate fue duro y encarnizado por cuatro horas consecutivas; y la victoria costo al ejército chileno mucha sangre y no escasa fatiga.
Se encontró, es cierto, de frente a un enemigo muy inferior en número y armamento, pero decidido cómo se hallaba este a vencer cara la victoria tuvo necesidad de recurrir a todos sus medios para vencerlo, y hubo un momento en que contaba él mismo a retroceder, corrió gran peligro de ser derrotado.
En la larga relación de su corresponsal en la campaña, que publico el periódico “El Mercurio” de Valparaíso, en sus números 15974 y 15975, fuente no sospechosa ciertamente de favoritismo para el ejército de su alianza encontramos aquí y allá los siguientes párrafos:
“Nuestro ejército acaba de dar un nuevo día de gloria a la República…en la batalla más grande y encarnizada que registra los anales de la presente guerra.
La primera compañía, que acudió en auxilio” de la segunda, fue también envuelta en compactas masas, y viéndose en extremo peligro de caer toda en el campo o de ser hecha prisionera, tuvo que batirse en retirada perdiendo mucha gente.
Casi la misma suerte corrió la tercera…Las tres compañías se replegaron entonces a las restantes, y el enemigo ocupo victorioso que antes tenían las avanzadas del Atacama (Nombre del batallón chileno) se batir en retirada, paso a paso y en tanto orden como al hacer un ejercicio; pero aquella disciplina del veterano batallón que mantenía a raya al enemigo no era bastante para impedir el avance de este por el lugar que antes ocupaba la Esmeralda (el otro batallón chileno).
El enemigo continuaba, mientras tanto, su movimiento de avance, y pronto acabaría de envolver a los atrevidos Navales (otro batallón chileno). En este momento, los granaderos que veían avanzar rápidamente al enemigo por aquel costado, con gran peligro de envolver al Esmeralda y al Chillán, y que tenía orden de cargar, mediante las repetidas peticiones del coronel Vergara y del Comandante del Esmeralda, principiaron a avanzar por aquel lado a fin de preparar una de sus temidas cargas. En efecto, pocos minutos más tarde se colocaban los escuadrones en línea de batalla, y adelantaron resueltamente a paso de trote sobre el enemigo, que la recibía con una granizada de balazos. Respecto del Valparaíso, la gráfica relación de un soldado de este cuerpo dará a nuestros lectores una perfecta idea de su papel durante la acción: mi batallón marchaba a vanguardia de toda la primera división, seguido de Navales, Esmeralda y Chillán. Una vez llegados a la última loma, diviso a los famosos Colorados (batallón boliviano). Sufrimos varias bajas… en la batalla fuimos derrotados por haberte venido una gran reserva a los Colorados.
Ya nuestra fuerza estaban diezmadas y casi agotadas las municiones. Valparaíso y Navales andábamos todos reunidos, después de la retirada pero, guiados por el valor inimitable del bravo coronel Urriola, pudimos reorganizarnos y atacar que la primera división se retiraba abrumada por aquel larguísimo esfuerzo por el gran número de enemigos, y por la falta de un refuerzo que se había pedido con instancia, la segunda división flanqueaba también por la misma causa, e iba cediendo poco a poco terreno al enemigo.
«La suerte de Chile estaba entonces pendiente de un hilo; porque si aquellas 2 divisiones se desconcertaban declarándose en derrota, quizás se hubiera introducido al pánico y el desorden en las restantes”.
Por consiguiente el ejército chileno, no obstante su gran superioridad numérica, combatiendo 2 contra 1; y no obstante la de menor superioridad de su equipo y armamento, no obtuvo la victoria sino muy difícilmente: así es que se puede suponer con toda seguridad no de equivocarse, arguyendo también por el resultado de la batalla de Tarapacá, que dicha victoria se le habría completamente escapado de la mano para convertirse, en sangrienta derrota, si hubiese tenido enfrente un enemigo algo más numeroso; es decir si no hubiese sido encontrado como poderoso aliado el incalificable proceder del Dictador peruano, que dejo al ejercito de su país sin los esperados refuerzos.
Sin ir más allá, hubiera sido suficiente que no se hubiese impedido la reunión al de Tacna del pequeño ejército de Arequipa, para que la suerte de las armas fuese favorable a las Repúblicas aliada.
Después de muchos subterfugios puestos en juego por las autoridades políticas y militares de Arequipa, para retardar indefinidamente la salida de aquel ejército, llamado el segundo ejército del sur, finalmente debió ponerse en marcha hacia Tacna, en abril, incitado por la gruesa población de aquella ciudad que, sospechando una parte de la verdad , amenazaba levantarse revolucionariamente contra él.
Sin embargo el comandante de dicho ejército, que habría podido llegar cómodamente a Tacna a primeros de mayo, camino tan lentamente, que el 26 de dicho mes, día en que tuvo lugar la batalla, se encontraba todavía en Locumba, a 18 leguas de Tacna: y conocido que hubo éxito de aquella, sin ocuparse de nada, regreso diligentemente a Arequipa. Este comandante, cuya conducta fue ciertamente en extremo censurable, no hubo de sufrir por parte de Piérola ni siquiera el más ligero reproche, y siguió gozando como anteriormente de toda su confianza.
Más tarde, habiendo caído en poder del ejército chileno todo el archivo del dictador Piérola, el escritor Vicuña Mackenna escribía, sobre dato que aquel le procuraba, en abril de 1881 un artículo publicado por los periódicos chilenos con el título “Montero y Piérola”, que concluye así:
“En diversos artículos, publicados mucho antes que loa archivos de Lima cayesen junto con sus secretos en nuestras manos, habíamos sostenido, guiados más bien por las intuiciones del corazón humano y las situaciones que crea la ambición de los caudillos, que hubo en hombre en la capital del Perú, por la segunda vez vencido, que sintió a escondidas vivo regocijo en su alma al saber de la derrota de Montero en Tacna, y que ese hombre fue don Nicolás de Piérola.
Esa convicción nuestra estaba reflejada en una serie fragmentaria de hechos, de confidencias y de medidas subalternas, especialmente en la estudiada tardanza de los movimientos auxiliares del segundo ejército del sur, que mandaba el general Leiva en Arequipa. Pero hoy los hayan leído con ánimo tranquilo y espíritu perspicaz los documentos que quedan publicados, podrán decir si entonces nos engañamos o no en nuestros vaticinios y en nuestra apreciación del segundo Túpac Amaru del desdichado Perú”.
Sería ocioso insistir más sobre el tema: para sacrificar en aras de los pueriles temores de tiranuelo feudal al contralmirante Montero, cuyo experimentado patriotismo y lealtad debían ser más que suficientes para tranquilizarlo, Piérola, según parece, sacrifico irreparablemente a su país y a sí mismo, regalando al ejército chileno una importante y decisiva victoria.
Derrotado en Tacna, el ejército chileno habría desaparecido casi totalmente, sea haciéndose acuchillar impunemente, sea rindiéndose, prisionero, sea rindiéndose prisionero, por la imposibilidad de que se hubieran encontrado sus restos encerrados por todas partes en el interior de un país enemigo y sin poder ser socorridos por la escuadra de encontrar medio alguno de escape o salvación :
Y como para Chile no hubiera sido nada fácil preparar un nuevo ejército, hubiera costado poco trabajo desalojarlo del departamento y desierto de Tarapacá; y en la guerra habría cambiado completamente de aspecto. Por el contrario, vencedor en Tacna, Chile quedo como dueño absoluto de casi todo el Perú, que privado de medios de defensa; excepto la capital no pudo oponer residencia al ejército victorioso; el cual se pudo dedicar libremente a largas y lucrativas correrías sobre su vasto territorio, aumentando cada vez más el terror y espanto que después de la batalla del Campo de la Alianza, o sea de Tacna, supo infundir en las inertes poblaciones.
Ya en Pisagua el ejército chileno había dado no pocas pruebas de su feroz crueldad tanto con el enemigo que habían quedado heridos en el campo de batalla, cuanto contra los inofensivos habitantes de aquella población, sin excluir ni aun a los no peruanos, pertenecientes a naciones neutrales y amigas de Chile. Pero en Tacna colmo en medida; y esto oscureció completamente el poco lustre que hubiera podido darle la victoria.
Obligado a las 3 de la tarde a abandonar el campo de batalla, el ejército aliado empezó a retirase hacia Tacna en pos de un mutilado batallón que primeramente tomo aquella dirección en desordenada fuga:
Pero colocada a la ciudad en el fondo en el fondo de un estrecho valle, que se halla completamente dominado por el ultimo límite de la meseta en que había tenido lugar la batalla, bastaba el ejército vencedor adelantar un poco más su cañones, para destruirla en breve tiempo; y con el fin de salvar dicha ciudad de una inútil destrucción, el contralmirante Montero, con la serenidad de ánimo que lo caracteriza, y que no lo abandono ni un solo instante durante el combate, la hizo inmediatamente desalojar por el esto de los batallones peruanos, conduciéndolos por las alturas del Pocollay al nordeste de Tacna mientras los de Bolivia emprendían por su cuenta camino del país natal.
Dueños las tres del campo de batalla, los chilenos eran dueños también, 2 horas más tarde, de trasladarse, cuando y como quisieran, a Tacna, pacífica e inofensiva cuidad, en su mayor parte poblada por extranjeros, donde, aparte de algún herido encomendado a la caridad de los vecinos no quedaba un solo soldado del ejército de la alianza:
Y aquí sería el caso de exclamar con el sublime Dante Alighieri:
Or incomincian le dolenti note …
Mientras la mayor parte del ejército chileno se quedaba sobre el campo de batalla (ocupándose casi exclusivamente en acabar con los heridos del ejército enemigo, y despojar tanto a estos como a los muertos de cuanto les encontraban de precioso) una de sus divisiones se ponía en camino con Dirección a Tacna, donde hizo sus entradas entre las 5 y 6, después de haberle disparado a mitad de camino 7 cañonazos que no causaron daño alguno.
Seguros de que en Tacna no corrían peligro alguno, tanto porque habían presenciado la salida del derrotado ejército enemigo, cuando la notificación que les enviara el Cuerpo Consular extranjero, después de los primeros cañonazos disparados contra la ciudad, de que esta no se hallaba defendida en modo alguno y que podrán ocuparla libremente, los chilenos entraron en la ciudad, no formados, sino a la desbandada, dedicándose inmediatamente en todas direcciones , a echar abajo las puertas de las casas y saquearlas, ayudar bárbaramente de las mujeres, y asesinar a cuantos procuraba defenderlas, y a cuantos se negaban a revelar donde se encontraban las sumas y objetos preciosos que suponían tenían escondidos.
Todo esto no hubiera sucedido quizás sin la repentina muerte del ministro de la Guerra de Chile, Don Rafael Sotomayor, acaecida el de 20 de mayo en Bellavista.
Este distinguido personaje que ejercía en campaña, al lado del ejército, todas las funciones ministeriales, habría tolerado difícilmente y muy probablemente prohibido tantos y tan bárbaros excesos. Muero él, la soldadesca fue abandonada a sí misma, dejándole el poder de sus nada laudables tendencias: y esto, no queriendo prestar fe a una voz pública, la cual pretende que la incalificable conducta de los soldados chilenos de Tacna, hubiera sido autorizada expresamente por sus superiores. Por otra parte, esta opinión se hallaba en perfecta armonía con las grandes promesas de saqueo que, parece cierto, si hicieron constantemente al ejército chileno, antes y después, para lanzarlo animosamente sobre el territorio peruano.
Los Colorados (Bolivia)
La tumba del nefasto coronel Segundo Leiva en el Presbítero Maestro
Fuente:
- Historia de la guerra de américa entre Chile, Perú y Bolivia Tomas Caivano Vol I.