Batalla de San Juan: ¿Cómo relató Andrés Avelino Cáceres este episodio de la Guerra del Pacífico?
Eran las cuatro y media de la mañana y el campo hallábase cubierto de neblina, la cual favorecía el avance aproximativo de los chilenos. Y poco antes de clarear el alba presentáronse de improviso, sin haber hecho fuego, por la parte casi indefensa que se dejó entre la izquierda de Iglesias y mi derecha.
Al oir que se iniciaba un violento tiroteo, comprendí que el enemigo había penetrado por ese sitio desguarnecido de nuestra línea, e inmediatamente me dirigí allí, hacia donde se encaminó también El Dictador «Nicolás de Piérola«, de esta manera inicia el entonces coronel Andrés Avelino Cáceres su relato de la Batalla de San Juan realizado un día 13 de enero de 1881 durante la Guerra del Pacífico.
Aquel día cerca de 30 mil soldados del ejército regular de Chile se enfrentaron a 15 mil hombres peruanos mal organizados y cubriendo una línea de fuego de 14 kilómetros como parte de la primera línea de defensa de Lima contra la invasión sureña.
Según señaló Mariano Felipe Paz Soldán, las fuerzas peruanas se encontraban dispuestas en cuatro cuerpos: el primero comandado por Miguel Iglesias, a la derecha con 5, 200 hombres; el cuarto al centro con 4, 500 bajo las órdenes de Andrés A. Cáceres; el tercero, a la izquierda, con 4,300 soldados conducidos por Justo Pastor Dávila; el segundo cuerpo de 2,500 hombres constituía la reserva y estaba a las órdenes de Belisario Suárez.
En aquél entonces gobernaba el Perú Nicolás de Piérola bajo el carácter de Dictador. ‘El Califa’ había ocupado la presidencia el 21 de diciembre de 1879 tras sacar del poder al vicepresidente Luis La Puerta (encargado de la Presidencia cuando Manuel Prado viajó a Europa a agilizar la compra de armamento para la Guerra con Chile).
Llegado que hubimos, pude confirmar mis presunciones y llamé la atención del señor Piérola diciéndole: “Vea usted, el enemigo está sobre nuestra línea”. Avanzamos en seguida hasta el pie de una colina, en cuya cima se encontraba uno de los batallones de la división Ayarza, cuando vi que los chilenos habían efectivamente penetrado por ese claro desguarnecido y nos atacaban de revés. Entonces dije al Dictador: “Los chilenos están detrás de nuestra línea y nos atacan por la espalda”. El Dictador miró atónito y sin decir palabra, dio vuelta a su caballo y partió hacia Chorrillos…”
Mientras las tropas de Ayarza combatían esforzadamente envié a uno de mis ayudantes a solicitar del coronel Suárez, que mandaba la reserva y se encontraba a retaguardia, que acudiera en nuestro apoyo y tratara de contener al enemigo que avanzaba sin mayor obstáculo por el boquete desguarnecido, Suárez me mandó decir, en respuesta, que no podía acudir a mi llamamiento por haber recibido orden del dictador de retirarse a Chorrillos. Continuaba, entre tanto, la lucha en el ala derecha y el fuego se generalizaba en toda la línea. Ya no era posible sustraer ninguno de los batallones que tomaban parte en la refriega para oponerlo al avance del enemigo.
Dejando a Ayarza que sostuviera la derecha, me encaminé hacia el centro de la línea, defendida por la división Pereira y con la cual estaba la artillería. Dispuse que ésta intensificase el fuego sobre las tropas enemigas que avanzaban por el frente, y ordené a Pereira que se sostuviera allí, haciendo que sus soldados se tendieran en tierra detrás de los montículos de arena formados en el cerro, a fin de hacer mejor puntería sobre el contendor, presentándole a la vez menos blanco.
En seguida me dirigí a la izquierda, defendida por el coronel Lorenzo Iglesias, y al llegar encontré que sus tropas habían sido abatidas completamente, por no haber ocupado las posiciones que le indiqué contrariando mis órdenes. El enemigo había rebasado la extrema izquierda del sector, formada por el batallón Ayacucho.
Encaminándome nuevamente hacia la derecha, se me dio parte que la división Ayarza había sido derrotada, tras dura e intensa pugna, y muerto heroicamente su valiente jefe.
Así pues, en menos de tres horas desde el alba hasta cerca de las nueve nuestra línea había sido totalmente destrozada por el enemigo.
Me encontraba ya sin soldados y solamente acompañado de mis ayudantes sobre una pequeña colina, donde mi presencia carecía ya de objeto, y además, casi rodeado por tropas enemigas que, en esos momentos, ocupaban la hacienda San Juan, afluyendo por uno y otro lado, después de haber dispersado también a Dávila, que constituía el ala izquierda de nuestra extensa y débil línea de defensa.
Mientras tanto el doctor Lorente pedía insistentemente por telégrafo refuerzos para el coronel Iglesias, a quien suponía, en esos momentos combatiendo, a juzgar por la crepitación de fusilería. El general Silva, hízome llamar y me propuso que fuera en auxilio de Iglesias que, según los reiterados pedidos del doctor Lorente, aún resistía en el Morro. Tomé 400 hombres de los ya reunidos en el campamento y partí en seguida.
Al pasar por Barranco, encontré al coronel Suárez con el cuerpo del ejército que mandaba. Al ver que Suárez se retiraba tan tranquilo no pude contenerme y le dije: “No me explico el motivo de su retirada, encontrándose Iglesias combatiendo, y, sobre todo, cuando pide refuerzos”. El coronel Suárez me respondió que Iglesias había sido tomado prisionero a las diez del día y que las tropas que permanecían en la cima del Morro ya se habían retirado y dispersado. “Las tropas que se ven allí-añadió-son de los chilenos y el tiroteo que se oye es de ellos mismo, que se han entregado al saqueo, rompiendo las puertas de las tiendas y de las casas”.
-“Pues bien-repúsele-yo voy a cumplir la orden del jefe de estado mayor”. Y continué mi marcha hacia Chorrillos; Suárez siguió la suya a Miraflores. Su cuerpo de ejército estaba íntegro, a excepción de un batallón que Recavarren condujo voluntariamente en socorro de Iglesias y que fue desbaratado en Chorrrillos.
Llegué a casa del señor Lafón, ciudadano francés, que me ofreció su mirador para observar el campo, y pude ver con mi anteojo que efectivamente tropas chilenas ocupaban el Morro y alturas contiguas a la población de Chorrillos. Era la una de la tarde.
No obstante, y tomando las debidas precauciones, penetré en Chorrillos. En la primera de las calles tropecé con un grupo de soldados enemigos, a los que ataqué y puse en fuga; pero momentos después fui acometido por fuerzas superiores que intentaron cortarme el paso, lo cual impidió la oportuna intervención del capitán de fragata Leandro Mariátegui, que llegó en tal circunstancia conduciendo un cañón montado en la plataforma de un carro y les hizo fuego. De este modo pude contener el empuje enemigo y continuar combatiendo; pero el adversario iba reforzándose con la aducción de nuestras tropas; y comprendiendo luego lo inútil que sería prolongar la lucha sin esperanzas de recibir ningún esfuerzo y con soldados que comenzaban ya a flaquear, a causa de las bajas sufridas, resolví interrumpir el combate y regresar a Miraflores, convencido del fracaso de nuestros esfuerzos y profundamente apenado de las desgracias del Perú…
DATO:
*Cabe resaltar que el coronel Miguel Iglesias sostuvo prolongada lucha contra los chilenos en el Morro Solar durante todo el día hasta 4:30 de la tarde en que cayó prisionero.
Las imágenes de esta nota son acuarelas de Rudolph de Lisle, militar inglés que se encontraba en el Perú durante la Defensa de Lima y de observa el desenlace de las batallas.
Fuente:
diariocorreo.pe
Memorias de la Guerra del 79 de Andrés A. Cáceres y Narración histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia de Mariano Felipe Paz Soldán.