El historiador venezolano Jacinto López ensaya una terrible comparación: la de las figuras de Miguel Grau y Arturo Prat frente a la de Carlos Condell de la Haza. ¡Que cruel cotejo de personalidades!
Mientras Prat muere valientemente en la cubierta del buque que hundirá al suyo, mientras Grau se demora un tiempo precioso en rescatar a los náufragos de la “Esmeralda” y en ponerlos a salvo, Condell, al mando de la “Covadonga”, huye del combate desobedeciendo a Prat, ametralla a los sobrevivientes de la “Independencia”, cañonea el buque herido mortalmente por una roca no prevista en las cartas de sondaje, y, en el colmo de la miseria humana, calumnia al comandante More y escribe un parte oficial plagado de mentiras.
Mientras la “Esmeralda” se batía sin esperanza en la bahía de Iquique, la “Covadonga”, que había abandonado, como hemos visto, contra las ordenes de Prat, las aguas del combate, huía hacia las costas chilenas con toda la velocidad de que era capaz. En el contraste entre los dos espectáculos –la “Covadonga” huyendo desesperadamente mientras la “Esmeralda” desesperadamente se batía- había una terrible ironía y una gran lección para los pueblos que cifran su orgullo en las exhibiciones del valor militar.
La “Covadonga” no estaba en el caso de la “Esmeralda”. Podía huir y huyó, como antes había huido la “Magallanes”, como habría huido la propia “Esmeralda” si su máquina se lo hubiera permitido. Pero Prat habría ordenado a Condell, al aparecer en el horizonte los buques enemigos, seguir sus aguas y disponerse para el combate. Y Condell en realidad no podía huir contra estas órdenes; y su fuga, a pesar de estas órdenes, estaba contra todas las leyes de la guerra. A no ser porque su fuga resulto inesperadamente en un inmenso servicio para Chile, Condell habría podido ser juzgado por desertor del campo de batalla.
Fue una gran fortuna para Chile, después de todo, que la “Esmeralda” no pudiera huir, no sólo por las consecuencias militares que esto tuvo, sino porque ya había huido la “Magallanes”, perseguida por la “Unión” y la “Pilcomayo”; y huyendo luego la “Esmeralda” y la “Covadonga”, perseguidas por el “Huáscar” y la “Independencia”, el comienzo de la guerra naval habría sido señalado por la fuga de los buques chilenos en los primeros encuentros con los buques peruanos, en lugar de haberlo sido, como lo fue, por loa epopeya del 21 de mayo.
La “Independencia”, como el “Huáscar”, no tenía artilleros. La “Covadonga”, como la “Esmeralda”, si los tenis. Y esta capital diferencia de los blindados peruanos tuvo en la persecución de la “Covadonga” las mismas fatales consecuencias que en el combate de Iquique. Después de tres horas de persecución y de fuego, el blindado peruano no había logrado tocar una sola vez con sus tiros al buque fugitivo. Los fuegos de este, en cambio, hacían estragos en la dotación del buque perseguidor. Y como Grau cuando se persuadió de que la mala puntería de sus cañones hacia ocioso el combate, More estrecho la distancia y por dos veces arremetió con el espolón a la “Covadonga”.
Las condiciones no eran aquí como en Iquique, sin embargo; pues mientras la “Esmeralda” estaba encerrada y no podía, por otra parte, valerse de su máquina, la “Covadonga” corría libremente y se defendía o protegía con el bajo fondo de las aguas, que More tenía que evadir por su mayor calado, deteniendo su buque en las embestidas o retrocediendo, en lo que perdía un tiempo que el buque chileno aprovechaba para alejarse.
La fuga de Condell no podía tener más que un propósito: ganar la costa para encallar su buque o romperlo contra las rocas o hundirlo. Su empeño fue, desde que salió de la bahía, mantenerse bien próximo a la costa, tenía que desviarse de esta línea, lo que al propio tiempo presentaba a la “Independencia” la ocasión de hacer sus tiros con alguna eficacia por la disminución de la distancia.
Comprendiendo el plan de Condell, de protegerse por su poco calado con la costa como había hecho la “Esmeralda” en Iquique, More trato de ganarle el barlovento para obligarlo a salir fuera o volver atrás, y lo consiguió por un momento en la primera caleta de la bahía de Cheurañate, poniendo entonces pro al norte y haciendo fuego con el costado de estribor. La “Covadonga” tomo empero de nuevo rumbo al sur y continúo en esta dirección su fuga, internándose de caleta en caleta, barajando la costa y metiéndose entre los rompientes, donde el calado era insuficiente para el blindado peruano.
Así, a la cuarta hora de persecución y de bombardeo de la “Covadonga” por la “Independencia”, esta no había causado a aquella otros daños con sus fuegos que una herida en el palo trinquete, la ruptura de las jarcias del palo mayor y palo trinquete y la pérdida del esquife, que se fue al agua. La “Covadonga” había, en cambio, logrado desmontar con su segundo disparo el cañón Parrot de popa de la “Independencia”, que ya no pudo combatir sino con los cañones de su batería. Pocos instantes después una bomba de la “Covadonga” destruyo la escotilla de la máquina de la “Independencia” e hirió a su tercer jefe Roberto Gutiérrez, capitán de corbeta. Cuando se estrechó la distancia al punto de que comenzaron a funcionar las ametralladoras de las cofas y los rifles, habían caído en la “Independencia” ocho balas de cañón, una de ellas en la dirección de la proa, que dividió el puente del comandante y corto la telera. La chimenea de la maquina recibió más de cien tiros, según el testimonio del corresponsal de “El Comercio” de Lima a bordo de la “Independencia”.
Corría entretanto constantemente el buque peruano el inminente peligro de enterrarse en un bajo o estrellarse contra una roca. Habían llegado de este modo a Punta Gruesa. La situación era más favorable para la “Covadonga” que para la “Independencia” porque esta no podía hacerle daño con sus cañones por falta de artilleros ni con su espolón por falta de profundidad de las aguas, al paso que era blanco seguro e impotente de los fuegos de aquella; y se habría prolongado todavía por mucho tiempo esta situación si More, impaciente y exasperado, no hubiera hecho un tercer esfuerzo para hundir a la “Covadonga” con el ariete, justamente en el momento en que una roca invisible se interponía entre los dos buques, dando un sorprendente fin a la persecución.
El buque menor había pasado rozando el escollo, pero el buque mayor se rompió en él, se inundó, sus fuegos se apagaron, se suspendieron sus calderas hasta la caja de humo, y en posteriores choques contra la roca se hundieron completamente las otras secciones. Era el naufragio y el desastre. Condell suspendió entonces su desalada carrera, gobernó para situarse por la popa del buque encaramado sobre la roca traidora, de modo que este no pudiera ofenderlo con sus fuegos, dice el mismo, y lo bombardeo con sus cañones de a 70. La fragata contesto empero estos fuegos, aunque sus cañones estaban casi por completo bajo el agua; y los sostuvo con las ametralladoras de las cofas y con rifles y revólveres, hasta que se agotaron las municiones que había sobre cubierta y que ya no era posible reponer por la sumersión del buque.
A las 12:10 se hundió la “Esmeralda”. Veinte minutos después, a las 12:30, encallaba la “Independencia”, diez millas al sur de Iquique, en el lugar llamado Punta Gruesa, como hemos dicho. La “Independencia” era el mejor buque del Perú y su pérdida era una verdadera catástrofe aunque, en el orden natural de las cosas, aun sin esta desgracia, el Perú no tenía ninguna probabilidad de ganar loa guerra naval. La responsabilidad de More era evidente. Para que su buque se perdiera de este modo, era preciso que él se olvidara, como se olvidó, de todo.
Su imprudencia no podía ser más grave. Él explica en su informe oficial que los sondajes marcaban de ocho a nueve brazas de agua, que la bahía era limpia según las cartas, que la roca en que se rompió su barco no estaba marcada en estas y se encontraba al norte del último bajo que las cartas señalaban. Sondajes que practico en torno del buque después del impacto dieron una profundidad de cinco y media seis brazas, lo que él aduce como prueba de que la roca era aislada y distante de los arrecifes de Punta Gruesa. Pero es indudable que el peligro en que sucumbió su buque era el peligro claro de la persecución, y que el agua llana era la protección de Condell y la perdición de él, que la persecución en tales circunstancias y estrechando tanto la distancia era torpe y temeraria, en realidad suicida, y que él no tenía necesidad de arriesgar así ni de ningún modo su buque, porque la persecución no podía terminar de otro modo que con la captura o el hundimiento de la “Covadonga”, lo cual era simple cuestión de tiempo. Y en definitiva, aunque el resultado hubiera estado en duda, aunque la goleta chilena hubiera tenido alguna probabilidad de escapar, no por ello el comandante More debió ser menos cuidadoso y menos celoso de la seguridad de su buque, porque la “Covadonga” no valía la pena, porque su captura no habría alterado en lo mínimo la desigualdad de poder naval entre los dos países beligerantes, porque la preservación de la “ Independencia” significaba para el Perú incomparablemente más que lo que para Chile podía significar la perdida de la “Covadonga”.
El estado en que llego a Antofagasta, aun después de reparaciones de Tocopilla, dice lo que hubiera sido de la “Covadonga” sin la roca escondida que la salvo. “El buque iba yéndose a pique”, refiere Condell. Así logro llegar a Tocopilla el 23, y de Cobija pidió el 24 que le enviaran un vapor que lo remolcara, pues la goleta no andaba más de dos o tres millas. En la tarde del 26 llegó a Antofagasta, remolcada por el “Rímac” que la había encontrado a veinte millas de aquel puerto. Aun después del desastre de la “Independencia”, el “Huáscar” habría capturado o hundido a la “Covadonga” si no se hubiera detenido en Iquique contribuyo al desenlace de Punta Gruesa. El “Huáscar” debió estar libre de la “Esmeralda” a las 10 de la mañana a más tardar. Se habría unido luego a la persecución de la “Covadonga”, que no habría durado entonces hasta las 12:30, y el fin habría llegado mucho antes de Punta Gruesa son en primer término el resultado de la falta de artilleros a bordo de los blindados peruanos; y esta falta es a su vez el resultado de la absoluta impreparación del Perú para la guerra.
La misión de la “Esmeralda” y la “Covadonga” era sostener el bloqueo. Estas eran las órdenes de Williams para los comandantes de estos buques. Cuando el contralmirante entrego a Prat el pliego cerrado que no debía abrir sino el 20 de mayo, en el cual le comunicaba su designio de “atacar al enemigo en la bahía del Callao”, le habló de la responsabilidad que asumía como guardián del bloqueo en ausencia de la escuadra. Williams sabía que la “Esmeralda” no podía huir; pero sin duda no esperaba que la “Covadonga” huyera, aunque es de dudarse que por su mente pasara remotamente siquiera la idea de un combate de estos buques con los blindados peruanos. Condell huyo no solo contra las órdenes de Prat sino contra las de Williams. En los propios informes de Condell se lee que a la aparición de los buques peruanos en la mañana del 21 de mayo, Prat le ordeno por señales “seguir sus aguas”; y que después, “estando al habla nuestros dos buques a distancia de 100 metros, el comandante Prat nos dijo al habla: “Cada uno cumplir con su deber”.
Prat no esperaba sin duda que Condell huyera del combate.
Las balas de 70 de la “Covadonga” perforaron el blindaje del buque encallado y sumergido. En este instante, cuando la “Covadonga” cañoneaba a la “Independencia” naufraga e impotente, esta arrió su bandera y su estandarte, asevera Condell, y enarbolo en su lugar “la señal de parlamento”. Asevera, además, que se puso “al habla con el comandante rendido” y que este le repitió lo que ya le había indicado, “el arrió de su pabellón”, pidiéndole al mismo tiempo que enviara un bote. More negó esta aseveración en una indignada carta pública a Condell, en la que califica de falsa y calumniosa la versión del comandante de la afortunada “Covadonga”; y observa que a la distancia que mediaba entre los dos buques (200 metros), y en el estruendo del combate, era imposible que el marino chileno pudiera haber oído las palabras que le atribuía. De aquí en adelante se verá que los comandantes de los buques chilenos trataban sistemáticamente de deslustrar y desprestigiar a la armada peruana, diciendo todos en sus informes oficiales de cada acción naval que el buque o los buques peruanos que en ella habían arriado la bandera y se habían rendido. Condell no es sino el iniciador de este sistema, el primero que lo puso en práctica.
Sin conocer todavía la versión de Condell, More refiere en su informe oficial a Grau, fechado el día siguiente de la batalla, que la “Covadonga”, después del naufragio de la “Independencia”, “seguía haciendo fuego de cañón y a mansalva”, y que “una de sus bombas rompió el pico de mesana donde estaba izado el pabellón”, el cual fue en el acto remplazado por otro en otra driza.
El oficial de señales de la “Independencia”, Enrique E. Basadre, corrobora la narración de More respecto a la caída del pabellón y su reposición inmediata; y con mayores detalles dice que el pabellón fue derribado una segunda vez por otra bomba que media hora después rompió el pico de mesana. En el acto, dice, se izó otro pabellón en el tope mayor.
La “Independencia” desplegó una bandera de cuadros rojos y blancos, precedida de “la inteligencia del “Huáscar” pidiéndole socorro”, cuenta Basadre, pero esta bandera fue pronto arriada por considerar los náufragos que el “Huáscar” se encontraba demasiado lejos. Basadre discurre que esta bandera de señal al “Huáscar” no podía haber sido equivocada con la de parlamento por el comandante de la “Covadonga”, pues de otro modo no habría continuado haciendo fuego por más de cuarenta minutos contra los náufragos, y aun sobre los que se refugiaban en tierra.
En una narración detallada y completa de la persecución y su trágico desenlace para la “Independencia”, en una carta de Iquique el 22 de mayo para su periódico, “El Comercio” de Lima, del que era corresponsal a bordo del buque peruano destruido por el escollo de Punta Gruesa, José Rodolfo del Campo refiere que More dirigió el gobierno de su nave durante la persecución, desde el puente, con “serenidad y valor admirables”, y que no quiso bajar a la torre de combate, que era su puesto. “Cuando ya se hacía”, dice, “tan repetido el fuego mortífero de las ametralladoras y rifleros de “Covadonga”, que barrían la cubierta superior del buque, permanecía aun impávido” en el puente, sordo a los ruegos de sus subordinados porque pasara a la torre. Penetrado de la situación de la “Independencia”, herida mortalmente por la roca escondida en las aguas, More ordenó que se incendiara la santabárbara, como hemos visto, orden que no pudo cumplirse porque en el momento de ir a ejecutarla el alférez de fragata Carlos Bondi, el mar se precipitó por los portalones de la batería e inundó la santabárbara.
“Esperábamos tranquilos”, agrega Del Campo, “que regresaran de tierra algunas embarcaciones… cuando divisamos al “Huáscar”…”. Según este testigo, More se opuso a que se hicieran señales al “Huáscar” pidiendo auxilio, razonando que debía continuar persiguiendo a la “Covadonga”. En el último de los botes enviados por el “Huáscar” se embarcó More, en compañía de los tenientes Pedro Gárezon, Melchor Ulloa, Alfredo de la Hoza, el alférez de fragata Ricardo Herrera, el guardiamarina Carlos Eléspuru, el doctor Enrique Basadre, el ingeniero Tomás Wilkins y su segundo y algunos fogoneros. Los dos últimos heridos que había a bordo y una parte de la tripulación fueron embarcados y llevados al “Huáscar” en el primer bote que este despachó, al mando del segundo capitán Exequiel Otoya. Los sucesos en la “Independencia” desde el momento del choque con la roca, los cuenta Del Campo así: “…Fue tan fuerte el choque que el oculto peñasco rasgó los fondos del buque y el agua se precipitó dentro con horrible ímpetu… las calderas se levantaron de su sitio incrustándose en la caja de humo de la chimenea. Las hornillas se apagaron llenando las baterías de humo y el buque se inclinó sobre su lado de estribor, salvando milagrosamente sus tripulantes de perecer abrasados por las llamas merced a la presteza con el maquinista Tomás Wilkins abrió todas las válvulas para que escapara el vapor. Sólo entonces y para atender a la batería y máquina del buque, bajó del puente el comandante More, que con su ayudante el teniente segundo Enrique Palacios, y el teniente primero Narciso García y García habían permanecido en él haciendo fuego de revolver las tres veces que estuvimos a tiro de esta arma. El buque enemigo, que estaba sobre nuestra misma proa, pasó a nuestro lado de estribor, que era hacia el cual se había tumbado la “Independencia”, y a boca de jarro nos hizo un nutrido fuego de ametralladora y de rifle causando la muerte del valiente y nunca bien llorado alférez de fragata Guillermo García y García, uno de nuestros más distinguidos e inteligentes oficiales de marina, que había estado hasta el último momento en el cañón de proa, del que era segundo comandante… Al inclinarse la “Independencia” al lado de estribor, el agua entraba a torrentes por los portalones. Nuestros bravos artilleros seguían entre tanto haciendo fuego a la voz, de ¡viva el Perú!, hasta que el agua cubrió las piezas. Entonces subieron a la cubierta y de allí y de las cofas continuaron haciendo tiros de ametralladoras y de rifle hasta agotar… sus municiones, que no podían reponer por hallarse ya inundada la santabárbara, lo mismo que todos los pañoles de balas. Como esperábamos de un momento a otro que los enemigos vinieran a abordarnos, lo que parecían dispuestos a intentar, se dispuso que se inutilizaran los cañones, quedándonos tan solo con las armas blancas todos y los oficiales con sus revólveres. Viendo que el buque se hundía, parte de la tripulación comenzó a arrojarse al agua, ahogándose algunos. Ya se hizo necesario, puesto que se había retirado el enemigo y el agua había subido sobre la cubierta, que se arriaran las embarcaciones, colocando primero en ellas a todos los heridos a cargo de un oficial y dos guardiamarinas para que los dejaran en tierra y regresaran por otros heridos y resto de la tripulación; pero los botes se hicieron pedazos al llegar a la playa en los terribles rompientes…”.
Casi toda la gente de la “Independencia” fue transportada a la costa en los botes del buque náufrago, bajo los fuegos de la “Covadonga”. Estos botes no pudieron regresar porque los rompientes los despedazaron al llegar a la playa. En la primera embarcación fueron colocados los heridos. Cuando el “Huáscar” llegó, sólo quedaban sobre las ruinas del blindado veinte personas, entre ellas el comandante More, las cuales fueron trasbordadas al monitor. Es inverosímil que el comandante More pidiera a Condell un bote para que lo llevara a bordo de la “Covadonga”, pues él tenía botes para ganar la playa y no lo hizo. Él permaneció en su buque después de enviar a tierra los heridos y la tripulación, y en él lo encontró el “Huáscar”. La propia presencia del “Huáscar” en las cercanías hace por sí sola inverosímil la afirmación de Condell, pues More sabía que el “Huáscar” llegaría por instantes a auxiliarlos.
Es de notarse que Condell en su parte oficial al comandante general de marina, y en el informe que pasó al jefe de la escuadra, no dice la verdad sino a medias cuando asegura que al verse la “Independencia” en la roca él viró y le asestó dos balas de a 70 que perforaron su blindaje. “Fue en este instante (dice) cuando el enemigo arrió su bandera junto con el estandarte que izaba al palo mayor, remplazando estas insignias con la señal de parlamento. Ordené la suspensión del fuego y púseme al habla con el comandante rendido…”. Lo que hace más inverosímil aún esta aseveración, pues no es concebible que con solo dos tiros de cañón More pidiera piedad y un bote a Condell, y luego el bombardeo de la “Covadonga” contra los tripulantes de la “Independencia” fue largo de cuarenta minutos y no de dos tiros de cañón solamente, y no cesó sino por el temor de la aproximación del “Huáscar”. Además, en el despacho al comandante general de marina dice Condell que sus dos cañonazos fueron contestados por la “Independencia” con tres tiros, lo cual es contradictorio con la aseveración respecto a la bandera de parlamento en seguida de los dos cañonazos. En el despacho al Jefe de la Escuadra dice también que al tomar posición para disparar sus balas de a 70 a la “Independencia” encallada, procuró hacerlo de modo que no fuera “ofendido por sus cañones”, “que seguían haciéndonos fuego”. La prueba de que la “Independencia” continuó combatiendo después de la catástrofe está así pues en los documentos oficiales del mismo Condell, que corroboran la narración de More en su informe oficial de que no obstante la situación desesperada de su buque sobre la roca, sus cañones contestaron el fuego de la artillería de la “Covadonga” “cuando el agua casi los cubría”. Continué el fuego, dice, “con las ametralladoras de las cofas y con la tripulación que mandé subir a cubierta, armada de rifles y revólveres, hasta que se agotaron las municiones…”.
Es evidente que ni por el valor, ni por la humanidad, ni por la hidalguía, había en Condell un Grau o un Prat. Condell no es digno de este drama, en el que desentona como un plebeyo entre aristócratas. Esto es lo que dice el contraste entre su conducta y la de Grau y Prat. La “Esmeralda”, confrontada por un adversario más fuerte, resiste heroicamente, su comandante muere sobre la cubierta del buque enemigo, su guarnición mantiene la resistencia hasta que el buque desaparece en las aguas partido por el espolón del “Huáscar”. La “Covadonga” huye entretanto a todo vapor, dejando sola a la “Esmeralda”. En realidad huía de la oportunidad del heroísmo y de la gloria. Si la “Covadonga” hubiera sucumbido como era su destino inevitable, habría sucumbido huyendo. Aceptando el duelo en Iquique, como era su deber, habría sucumbido combatiendo. Habría duplicado la epopeya de la “Esmeralda”.
Pero Condell no era hombre para la epopeya. No había en él un león sino un gamo y era más hombre de ardid que de valor. Grau piensa en los náufragos de la “Esmeralda” antes que en la captura de la “Covadonga” y los recoge en sus botes y los acoge a bordo y no se retira de la bahía en busca de la “Independencia” y la “Covadonga” hasta que no ha visto a bordo al último de los vencidos. Condell bombardea a los náufragos de la “Independencia” y sus fuegos persiguen a los que se arrojan al agua. Grau honra la memoria de Prat, haciendo justicia a su valor en una noble carta a su viuda, en la cual dice que fue “víctima de su arrojo”, y con la cual le remite los objetos personales que se encontraron en el cadáver del héroe. Condell calumnia a More acusándolo de cobardía.
Salvados los sobrevivientes de la “Esmeralda” por los botes del “Huáscar”, y con ellos a bordo, Grau hizo rumbo a Punta Gruesa. Tenía a la “Independencia” a la vista desde Iquique y su propósito era ayudarla al apresamiento de la “Covadonga”. Al apercibirse esta del movimiento del “Huáscar”, se alejó a toda prisa, prosiguiendo su fuga al sur, interrumpida para bombardear a los náufragos de la “Independencia”.
A medida que avanzaba, Grau se daba cuenta de la catástrofe. Cuando comprendió que la fragata estaba varada, continuó por tres horas la persecución de la “Covadonga” y la suspendió al cabo persuadido de que no podría vencer antes de la noche la distancia de diez millas que lo separaba del buque chileno.
El “Huáscar” regresó entonces a Punta Gruesa; y en vista de que la pérdida de la fragata era total, Grau dio orden de incendiarla, enviando antes sus botes por los que aún se encontraban a bordo. Volvió luego a Iquique, donde desembarcó los prisioneros, los heridos y los muertos.
Fuente: Historia de la Guerra del Guano y el Salitre
Autor: Jacinto López.
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