Las hazañas del monitor y la legendaria campaña naval de Miguel Grau. Dos fuerzas unidas por un golpe de timón y una gesta que los llevaría a la Historia.
Un profético piurano lo dijo en un brindis al finalizar un banquete en su honor: “Todo lo que puedo ofrecer en retribución de estas manifestaciones abrumadoras es que, si el Huáscar no regresa triunfante al Callao, tampoco yo regresaré”. Salud.
Se publicó, se registró y se cumplió. Para el contralmirante Fernando Casaretto, la frase es el epitafio de nuestro máximo héroe Miguel Grau. Y su voluntad debe respetarse. Grau estuvo en doce buques tan solo entre los 9 y los 19 años. Pero su conexión con el monitor fue única. El montón de hierro flotando en Talcahuano no es el mismo que adquirió relevancia histórica durante la guerra entre Perú y Chile. Ni física ni metafóricamente hablando, pues inmensos cambios ha sufrido. A cambio de ese hierro, el Perú ganó un héroe. Un mito recordado en cantos, poemas, cuentos y novelas. Una lección inmortal de honor, valor y demás conceptos que hoy resuenan solemnes gracias al eco de la escasez.
El Huáscar resumió esos valores en metálico. Su mito se construyó de a pocos, entre remaches y restauraciones. A la par del de su almirante, el “siempre distraído, callado, casi hosco” escolar Miguel Grau, a decir de su biógrafo Fernando Romero Pintado. Grau recorrió los océanos desde los nueve años de edad a bordo de buques y embarcaciones de todo tipo, incluyendo barcos balleneros. Vivió en un tiempo en el puerto de Valparaíso, combatió en Abtao al mando de la corbeta Unión y estuvo preso en la isla de San Lorenzo. Fue masón y tuvo ascendencia catalana. Peleó siempre por la Marina de Guerra del Perú, rechazó una dictadura y fue diputado por Paita. Y mientras navegaba hacia su destino desde su curul, el Huáscar venía desde tierras inglesas. Zarpó el 17 de enero de 1866, literalmente contra viento y marea. El mal clima y dos intentos de amotinamiento casi le dan el golpe de timón definitivo a la historia, evitando que llegue a su destino que alguna vez fue también el de Grau: Valparaíso. Se había construido en doce meses, con la intención de hacer de él un disuasivo ante el poderío naval español. Su casco increíblemente maniobrable para la época sería decisivo con los años.
Perfil de la popa del Huáscar. Copia de los lanos originales del monitor en inglés.
Declarada la guerra, Grau toma el timón de su destino. Deja su curul y regresa al mar. El fantasma del monitor creció como un cuco a espaldas del rival. Las hazañas del monitor y sus campañas navales se contaban en los informes de cada encuentro. Despistaba buques opositores, apresaba a sus rivales y capturaba carbón de sus mismísimos puertos. El Huáscar dejó a Antofagasta incomunicada con Chile y le perdonó la vida a la Covadonga (que no era su objetivo principal). En el segundo combate naval en Antofagasta, el monitor se enfrentó a la corbeta Abtao y al cañonero Magallanes. La histórica captura del vapor Rímac –para el Director del Museo Naval del Perú, Fernando Casaretto– fue el hito más notable. El triunfo desencadenó la renuncia del contralmirante Juan Williams Rebolledo y la crisis en la Armada de Chile. Pero quizá el triunfo más recordado sería la batalla de Iquique, donde se enfrentó al capitán de fragata Arturo Prat al mando de la corbeta Esmeralda. En la que quizá ha sido su acción más discutida –el propio Casaretto la cuestiona– Grau llevó a los chilenos a cubierta. Luego, ordena enviar los objetos personales de Prat a su viuda. Su diario, su uniforme e inclusive su espada, arrebatada legítimamente en combate. El “Perú generoso” y el apelativo de “Caballero de los Mares” crecían paralelamente como un discutido mito aparte.
El desbloqueo del puerto de Iquique fue apoteósicamente recibido en el Perú. La gloria del tándem Grau-Huáscar se materializó en banquetes como el de la frase profética citada líneas arriba. La suntuosidad en plena guerra fue inoportuna. Grau, sin embargo, fue escueto a decir de todos sus biógrafos. Aceptando parcamente los halagos, llevó al monitor al astillero del Callao y estudió sus debilidades. Decidió retirarle el trinquete para evitar que obstaculice a los cañones.
Fuente:
caretas