Hasta el 22 de agosto estuvo el «‘Huáscar” fondeado en Arica. Montero se preocupaba: el “Cochrane” ha desaparecido del escenario de la guerra. Pero por primera vez una división naval chilena se atrevió a acercarse al morro tan bien artillado. Lentamente el “Blanco Encalada”, la “Magallanes’* y el “Ita-ta» pasaron fuera de tiro hacia la caleta de Camarones. En Arica sólo está a flote el monitor “Manco Cápac”, al fin llegado un poco a hélice y un poco a remolque. El enemigo no traía ganas de combatir y regresó a prudente distancia de la costa, apenas disfhinuyendo su marcha para echar una buena mirada con largavistas al cuartel general de Mariano Ignacio Prado. Después se supo que a bordo del acorazado viajaba Domingo Santa María y el nuevo estado mayor. Pronto se especuló con la posibilidad de un desembarco chileno al norte de Arica. La flotilla no se detuvo en Iquique, cuyo bloqueo había concluido a la vez que J. Williams Rebolledo pasaba al retiro. Los marinos calculaban que el alto mando chileno modificará mi estrategia naval, lanzando todas sus fuerzas a la destrucción del “Huáscar”. Tras el taciturno semblante de Grau crece el convencimiento de que el monitor no va a durar mucho tiempo. Había expuesto la necesidad de llevar su buque al Callao a limpiar fondos, someterlo a reparaciones y proveerlo de proyectiles l’alliser antes de arriesgarse a un combate definitivo con los chilenos. Con una velocidad de once nudos, sólo el “Cochrane”, lina vez reparado, podrá superar su velocidad. Pero ahora el blindado nacional navega a menos de diez nudos. No hay tiempo para regresar 700 millas al norte y poner al monitor en seco. Tan pronto se hubo arreglado los daños causados por el temporal, el Supremo Director ordenó zarpar a Iquique y luego al sur. Por última vez Grau intentará la destrucción de un acorazado enemigo. ’mingo Santa María y el nuevo estado mayor. Pronto se especuló con la posibilidad de un desembarco chileno al norte de Arica. La flotilla no se detuvo en Iquique, cuyo bloqueo había concluido a la vez que J. Williams Rebolledo pasaba al retiro. Los marinos calculaban que el alto mando chileno modificará mi estrategia naval, lanzando todas sus fuerzas a la destrucción del “Huáscar”. Tras el taciturno semblante de Grau crece el convencimiento de que el monitor no va a durar mucho tiempo. Había expuesto la necesidad de llevar su buque al Callao a limpiar fondos, someterlo a reparaciones y proveerlo de proyectiles l’alliser antes de arriesgarse a un combate definitivo con los chilenos. Con una velocidad de once nudos, sólo el “Cochrane”, lina vez reparado, podrá superar su velocidad. Pero ahora el blindado nacional navega a menos de diez nudos. No hay tiempo para regresar 700 millas al norte y poner al monitor en seco. Tan pronto se hubo arreglado los daños causados por el temporal, el Supremo Director ordenó zarpar a Iquique y luego al sur. Por última vez Grau intentará la destrucción de un acorazado enemigo. ’
De los tres torpedos Lay disponibles en Iquique, dos esperaban al “Huáscar” el 22 de agosto. Grau demoró en Pisagua para llegar al anochecer a recoger los nuevos artefactos. Seguido por el “Oroya” entró sin ruido en Iquique casi a las nueve de la noche. De inmediato se acoderó una falúa.
—Ingeniero Felipe Arancibia a sus órdenes, señor Grau.
—Mucho gusto.
—Ingeniero Stephen Chester, para servirlo.
Conferenciaron a media voz en el puente, rodeados por los oficiales del monitor.
—¿Están realmente listos sus torpedos?
—Sí, comandante. Espero que pronto se felicite usted de la eficiencia de ellos.
—Los torpedos se activan antes de su lanzamiento o una vez que están en el agua —explicó Chester—. Depende del operador.
—Una vez que echan a andar, es imposible detenerlos —añadió Arancibia.
—¿Cuál es su poder? —se interesó Diez Canseco.
—Uf.
—Uno solo de ellos puede hundir este buque en treinta segundos —aseguró mister Chester.
—¿Y a un blindado chileno?
—También —Arancibia señaló los torpedos que se acercaban en un pontón—. Pueden hundir a cualquier buque que no tenga doble casco y compartimentos estancos. En caso de no oausar explosiones internas, abren una gran vía de agua bajo la línea de flotación.
El pulgar de Chester subrayó la potencia de los artefactos con un ademán casi romano de irse al fondo.
—Muy bien, muy bien —Grau no confiaba en el sistema Lay, era partidario de los torpedos Whitehead—. Espero que sepan usarlos. Carguen y nos vamos.
En vez de falúas, izaron los torpedos en los pescantes de popa.
—Usted qué cree, mi teniente —dijo Tiburcio Ríos contemplando los artefactos.
—Si pueden hundir al “Elefante Blanco”, vale la pena intentarlo —replicó Diez Canseco.
—¿Y si se caen de ahí? —se aflautó Rentería. Sus manos dibujaron una enorme esfera frente gl oficial—. ¡Buuuum!
—¿Qué pasa, zambo? —Palacios rió a su espalda—. ¿Vas a mariconear?
—No, mi teniente, cómo se le ocurre. Es que mi mamita dice que mejor es cobarde en casa que valiente en el panteón. Hablo desde el punto de vista de uno, mi teniente.
—Oiga, mister Chester —llamó Diez Canseco—Si los torpedos reciben un golpe, ¿pueden explotar?
—Oh, no. Claro que no. Primero hay que activarlos.
—Ese gringo no sabe —murmuró Rentería y blanqueó los ojos—. ¿Usted lo conoce, mi teniente? A lo mejor es un científico, ¿no? Pero. . . ¿qué hace un científico en Iquique, mi teniente?
—Ya pues, zambo, no seas intrigante. —Palacios se divertía—. Oye, Ríos, ponlo a baldear cubierta.
—Con mucho gusto, mi teniente.
—¿A mí, don Enrique? ¿a su amigo, don Enrique? —Ren-lería saltaba por la toldilla.
De un gesto el teniente deshizo la orden.
—¿Te das cuenta? —gruñó Távara—. No he podido conseguir cloroformo en Arica. Dicen que lo pida urgente al Callao porque en el hospital sólo tienen lo indispensable.
El botiquín se había deshecho durante el temporal.
—¿Y ahora? —sonrió de los Heros. <
—Si te cae un balazo, empieza a rezar.
—La verdad, no entiendo a la gente de Lima —se quejaba Ferré en el puente. Carvajal abría y cerraba los brazos aspirando el helado ventarrón del oeste—. Sólo hay dos buques en combate y mire como estamos. Ni buenas granadas tenemos. La Gatling no es ametralladora naval. No se puede despilfarrar balas. ¿Qué entiende usted por despilfarro, mi comandante?
—Todo lo contrario a contar los disparos cuando estás frente al enemigo —Carvajal sonrió amargamente. Después de tres meses y siete oficios por quintuplicado habían llegado cajones de ropa para los tripulantes del blindado: livianos pantalones de dril y zapatos de lona. Eso era todo.
Ferré se hundió en un malhumorado silencio. En casarse enconaba la disputa política. Aquí sufrían las consecuencias. El país se suicidaba con la sonrisa en los labios.
Llegaron a la Punta Jara a las tres de la tarde del 24 de agosto. No se habían cruzado con buques ni hay señales de actividad enemiga. Grau ordenó parar máquina. Antes de entrar a Antofagasta tiene que interceptar el vapor del sur, recibir a un espía y conocer qué buques enemigos hay al abriga del gran campamento chileno. A tres cables de distancia esperaba el “Oroya”.
De ningún modo atacarán con luz. Chester y Arancibia incrustan herramientas en sus torpedos. La tripulación miraba en silencio. Las granadas matan al final de su trayectoria. Aunque sean de acero, se necesitan muchas para destruir un buque. Pero estas máquinas extrañas con forma de cigarro pueden deshacerlos en un parpadeo, aquí mismo.
Por: pegaso125@gmail.com