Hacían de todo en la Guerra del Pacífico: cocineras, enfermeras, curanderas o amantes del ejército peruano. Estas fueron las rabonas. Nuestras rabonas.
Algunas tenían nombre propio, otras eran simplemente NN. No importaba el origen ni la raza indígena para las miles de mujeres anónimas que participaron en la Guerra del Pacífico (1879-1883). Su presencia y apoyo antes, durante y después de cada combate era imprescindible para el ejército peruano. ¿Sabes por qué?
Aquellas valientes combatientes eran las rabonas, mujeres peruanas que alcanzaron pasar a la posteridad, aunque muy desapercibidas, gracias al servicio que realizaban como cocineras en el rancho, como enfermeras para los soldados caídos o como amantes para calmar el placer de los hombres. En decir, acompañaban a los indios soldados de Cáceres que luchaban contra la invasión chilena.
Ellas eran llamadas así porque durante la Guerra de la Independencia era obligatorio que cortarse el pelo, al igual que a las mulas se les cortaban el rabo por miedo a las alimañas.
Pero no siempre estuvieron en el anonimato, a inicio del siglo XIX empezaron a llamar la atención de viajeros, historiadores y enemigos. Flora Tristán y Pau Marcoy se referían a ellas como las fieles compañeras de los soldados peruanos. Eran el complemento necesario de todo combatiente y “sin el cual no tendría ni resignación ni valor”, se lee en los apuntes históricos titulados “Soldados y Rabonas” (1830 – 1840).
El célebre Marco Aurelio Denegri decía que la posición de las rabonas en la guerra era en la retaguardia de la tropa y pasaban a la vanguardia cuando terminaba el combate o cuando los soldados se disponían a acampar. Entre sus actividades principales era descargar los alimentos de las mulas, armaban las tiendas o, en el peor de los casos, enterraban a sus difuntos.
Tampoco eran ajenas al trabajo del campo, debían recolectar toda la comida posible para abastecer al ejército peruano, lo cual significaba que en más de una ocasión les cerraban las puertas. Y no porque los pueblos aledaños estaban en contra de su propio país, sino porque cuando las rabonas buscaban comida, se convertían en verdades plagas que ‘arranchaban’ todo lo que encontraban a su paso. De ahí que proviene el peruanismo ‘rancho’ o comida de tropa.
Las rabonas también eran de armas de tomar, audaces y valientes. Trabajaban todo el día y se podría decir que los soldados eran nadie sin ellas. Eso sí, de todas las rabonas de este conflicto, podría considerarse a doña Antonia Moreno de Cáceres como la más representativa de todas sus congéneres.
A pesar que Miguel Grau perdió el combate en el Pacífico junto a la armada boliviana contra el escuadrón chileno (1881), en tierra firme Mamay Grande, como la llamaban los indios cariñosamente, acompañaba a su esposo a la resistencia militar durante la Campaña de la Breña. De día y de noche, sin dejar de coser atuendos y hacer de niñera, recorrio junto al puñado de valerosos peruanos rumbo a la sierra central, con el fin de desorientar a los enemigos invasores.
La rabona del general Andrés Avelino Cáceres fallece el 26 de febrero de 1916 en la capital. Fue enterrada en un mausoleo de la familia en el cementerio Presbítero Maestro, con el tiempo sus restos es trasladada al Panteón de los Héroes junto a su marido. Antonia fue la única mujer que ha recibido este reconocimiento.
Por: Gunther Félix