El Reloj de Pedro Ruiz Gallo

Durante la ocupación de Lima por el ejército chileno, diversas instituciones públicas como la Universidad Mayor de San Marcos, el Palacio de la Exposición y la Biblioteca Nacionalfueron utilizadas como barracas por las tropas invasoras siendo al mismo tiempo desvalijadas de todos sus bienes artísticos y culturales los que fueron conducidos a Chile. El reloj de Pedro Ruiz Gallo corrió igual suerte y tras ser desmontado fue llevado como botín de guerra por el ejército vencedor, quienes sin embargo una vez en Chile no supieron hacerlo funcionar.

 

Llenos de ira por su impotencia, los ladrones del sur desarmaron el reloj, lo embalaron en cajones y lo remitieron a Santiago co­mo parte del robo practicado en el Palacio de la Exposición de Lima. Daban cumplimiento a las órdenes contenidas en el decreto de Patricio Lynch del 13 de octubre de 1882.

La rapiña del invasor chileno hizo que el Reloj de Pedro Ruiz Gallo se perdiera para la posteridad. Hasta la fecha nunca ha vuelto a saberse de esta genial creación del inventor peruano.

El Reloj de Pedro Ruiz Gallo

El reloj estaba constituido por cinco cuerpos.

El primero, que era el central, comunicaba el movimiento a todos los demás y daba las horas.

El segundo marcaba los cuartos de hora, las medias ho­ras, los minutos y segundos.

El tercero señalaba los días, los meses, las cuatro estaciones, los años, los siglos, las fases de la luna y el curso del sol.

En el cuarto cuerpo, mediante un engranaje que ponía en movimiento a doce cilindros de cinco metros de largo por dos de ancho, se presentaba —cumplida cada hora del día— un cuadro de la historia del Perú.

Finalmente, el quinto cuerpo movía un mecanismo para reproducir dos escenas fundamentales: la primera, a las cinco de la mañana, en que se izaba el pabellón nacional; la segunda, a las cinco de la tarde, en que era arriado. En ambas, dos centine­las en miniatura ponían las armas al hombro, mientras un en­granaje de campanas dejaba escuchar, con gran sonoridad, el Himno Nacional.

El frontis del reloj medía once metros de altura por die­ciséis de ancho, con un espesor de cinco metros. La obra descansaba sobre doce columnas de madera tallada acompañadas por igual número de soportes de hierro y de madera, que ha­cían de ella un edificio muy sólido.

En los diferentes mecanismos que tenía el reloj, se con­taban 5,198 piezas y en el frontis y en los aparatos anexos a las máquinas habían 5,578.

La construcción duró cerca de seis años y en ella se gas­taron 31,334 soles; Ruiz Gallo recibió del Estado solamente la suma de 21,000.

Una balanza reemplaza al péndulo de que hasta hoy se ha­ce uso en la relojería. Dicha balanza, con un registro para regular el movimiento y una compensación para evitar el efecto de los cambios de temperatura, tenía la ventaja de no ocupar el espacio que necesitaría la amplitud de la oscilación de un péndulo. La balanza en vez del péndulo fue invención exclu­siva de Ruiz Gallo.

Pero lo más sorprendente en el reloj era el funcionamien­to del tambor de la quinta máquina. Cuando marcaba en la esfera horaria las cinco de la tarde, veíase arriar, (como ya se ha indicado), en la parte superior del reloj, el pabellón nacional e inmediatamente presentábanse dos centinelas que hacían con sus armas los honores de ordenanza, al mismo tiempo que el órgano —que era uno de sus mejores ornamentos— dejaba oír el Himno peruano. Al terminar la segunda estrofa, se arria­ba automáticamente la enseña, desaparecían los centinelas y el aparato quedaba preparado para repetir sus funciones al día siguiente.

Atrayentes eran también los doce cuadros históricos pin­tados por el autor para evocar hechos saltantes de la historia patria. Hallaba en ellos el pueblo —en cada hora— la presentación de una escena memorable. El primer cuadro evocaba la fundación del imperio de los Incas. Veíase a Manco Capac y Mama Ocllo en el cerro de Huanacaure. A la derecha se contemplaba el lago Titicaca de donde vino Manco. A la izquierda se divisaban las montañas y la llanura inculta en que se fundó el Cuzco. En la parte inferior estaban los secuaces y prosélitos del Inca y su ayllu, en el acto de presentarlo como hijo del Sol a la crédula multitud.

El segundo cuadro simbo­liza la grandeza del imperio incaico: Huayna Capac y el tem­plo del Sol.

El tercero evocaba la llegada de los españoles y la expedición hasta Cajamarca.

En el cuarto cuadro se podía ver la prisión del Inca Atahualpa y las fuerzas de Pizarro acometiendo a los indios en la plaza de Cajamarca.

El quinto cuadro se refería al sitio del Cuzco y a los esfuerzos de Cahuide para defender la fortaleza de Sacsahuamán. Los cuadros 6, 7, 8, 9, 10 y 11 representaban el sacrificio de Túpac Amaru en la plaza del Cuzco, la captura de la Esmeralda, la jura de la Independencia del Perú en Lima el 28 de julio de 1821 y las jornadas de Junín, Ayacucho y del 2 de mayo de 1866 en el Callao.

El duodécimo y último cuadro estaba dedicado a la administración de Balta. Aparecía allí el Presidente teniendo ante sí el mapa del Perú para decretar obras públicas y mejoras en todos los departamentos. Habían en la misma escena varias alusiones a las artes, las industrias, los caminos y la navegación.

Todos estos doce cuadros verificaban una revolución completa durante las veinticuatro horas del día.

Un periódico limeño de la época decía lo siguiente: “Para llevar el señor Ruiz a cabo esa obra necesitaba ser mucho más que un relojero. De lo que menos hay en esa maravilla es de reloj. Allí el hombre ha debido ser astrónomo; músico, constructor de instrumentos musicales, pintor de historia, automatista. No se puede formar una idea sin estar delante de esa inimitable creación del genio de un solo hombre”.

Cerca de diez años permaneció el reloj a la vista del pú­blico en la Exposición, entonces el lugar más concurrido de Lima.

Escribe: Jorge Basadre
(Basadre 1968-70, VI: 289-291)

 

Fuente:

Jorge Basadre,  1968-70. Historia de la República del Perú. 6ta. ed.