Sergio Grez Toso, notable historiador y académico de la Universidad de Chile, creó en el año 2007, junto a un grupo de intelectuales afines a sus ideas, un comité cuyo objetivo era la devolución del «Huáscar» al Perú. No es necesario reseñar lo previsible: sobre Grez Toso cayó un alud de improperios e indignaciones. El excomandante en jefe de la Armada de Chile, almirante (r) Miguel Ángel Vergara, recordó que el buque «permaneció en servicio activo en la Armada de Chile más tiempo que en la peruana. Y que en sus cubiertas murieron dos de nuestros héroes: el comandante Arturo Prat, en el bloqueo de Iquique, el 21 de mayo de 1879, y el comandante Manuel Thompson, durante el bloqueo de Arica, el 27 de febrero de 1880». Agregó que las restauraciones y esfuerzos de mantención a los que ha sido sometido «se han hecho bajo la consigna de que sea un santuario flotante en homenaje y recuerdo de las glorias de las marinas de Chile y del Perú».
El almirante (r) Vergara señaló también que se equivocan quienes piensan que mantener el buque en Chile contribuye a exacerbar las desconfianzas entre Chile y Perú y opinó que «hay otros caminos más efectivos que devolver el Huáscar para incrementar la confianza, partiendo por la enseñanza que se imparte en los colegios. Por lo demás, se devuelve algo cuando se estima que su posesión es espuria, lo que está lejos de ocurrir en este caso». Los marinos chilenos -acotó- «no sólo nos sentimos con el derecho, sino también con el deber de que el Huáscar siga siendo chileno». Lo cierto es que la propuesta de Grez Toso hubo de sumergirse como uno de los tantos gestos de buena fe que al final quedaron huérfanos de apoyo.
Cada cierto tiempo afloran los fantasmas de los viejos antagonismos que han perturbado las relaciones chileno-peruanas desde los inicios de la era republicana. Las guerras de 1836-1839 y 1879-1883 dejaron animosidades que aún no se han borrado del espíritu de muchos ciudadanos de ambos países.
En Perú el sentimiento antichileno es recurrentemente atizado por políticos en busca de apoyo fácil, y en Chile el odio antiperuano es alimentado por los sectores más xenófobos, chauvinistas y belicistas que han encontrado en los peruanos avecindados en nuestro país un chivo expiatorio para que la gran masa de chilenos descargue las frustraciones y neurosis generadas por el modelo económico actual.
El nacionalismo actúa una vez más como un veneno que corroe, corrompe y destruye el alma de los pueblos, oponiéndolos entre sí de manera frontal, impidiéndoles percibir la causa real de sus problemas y señalando vías erróneas para su solución.
Para combatir este mal desde su raíz es necesario entender -y hacerlo saber a través de la educación formal y por los medios de comunicación social- que el “patriotismo” moderno o lealtad a un Estado nación es un fenómeno histórico, temporal (no ha existido siempre y no existirá por siempre), fruto de determinadas condiciones y contextos.
También es preciso saber que si bien en nuestro continente el nacionalismo ayudó a la formación de los Estados nacionales bajo la
dirección de las clases dominantes (muchas veces en oposición o ante la indiferencia de las masas populares), este sentimiento no brotó espontáneamente en la inmensa mayoría de la población.
Fue el fruto de una “pedagogía” (a veces muy ruda) y del dis-ci-pli-na-miento del “bajo pueblo”, que en el caso chileno durante el siglo XIX combinó acciones tales como los reclutamientos forzosos durante las guerras de la Independencia y contra la Confederación Perú-Boliviana, la pena de azotes, los trabajos forzados, las jaulas rodantes instauradas por el ministro Diego Portales donde se trasladaba y se hacía vivir a los condenados obligados a servir en las obras públicas, la instalación de jefes militares sobre la jurisdicción de los principales yacimientos mineros, la extensión a lo largo del territorio nacional de los aparatos de Estado (policía, fuerzas armadas, tribunales, cárceles, entidades administrativas de diverso índole), la prédica “patriótica” de la Iglesia y de la escuela, la obligación para los trabajadores de cumplir una especie de servicio militar permanente en las filas de la Guardia Nacional (que a partir de 1900 sería reemplazado por el Servicio Militar Obligatorio), la difusión de símbolos patrios y la celebración obligatoria de ciertas efemérides.
De esa manera, y sobre la base de un mestizaje étnico y cultural más acentuado que en otros países latinoamericanos, se desarrolló el “patriotismo” chileno que las historias oficiales presentan como algo “dado”, natural, eterno e inmutable.
Pero el nacionalismo devenido en chauvinismo por la acción de los poderes interesados en ello se torna en contra de los intereses de los pueblos que dice servir.
La perpetuación, por ejemplo, de las conmemoraciones belicistas (21 de mayo en Chile y 8 de octubre en Perú) no hace sino alimentar el desprecio y el odio por los vecinos. Lo mismo que la negativa chilena a devolver trofeos de guerra como el monitor “Huáscar”.
Así se eternizan rencillas de un pasado de división y enfrentamiento entre los pueblos de un continente que tiene pendientes grandes tareas para superar la dependencia, el atraso económico, las injusticias y desigualdades sociales. De esta manera los militaristas y belicistas de todos los bordes logran año tras año reforzar la carrera armamentista culpando de ello siempre al país vecino en una espiral sin fin.
Solo con una revisión crítica de nuestras historias (tanto la chilena como la peruana) y con gestos políticos concretos -como fue la acertada decisión de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de nuestro país de devolver el patrimonio bibliográfico y documental robado a la Biblioteca Nacional de Lima por las tropas chilenas de ocupación durante la Guerra del Pacífico- se podrá avanzar en la vía de la hermandad entre los pueblos y del progreso social.
Como sostuviéramos hace ocho años un grupo de ciudadanos chilenos y peruanos en un Manifiesto binacional exigiendo a nuestros gobiernos la erradicación de los feriados belicistas:
“Estamos convencidos de que el ‘desarme de los espíritus’ es un paso importante hacia un progresivo desarme material, que permita evitar que cuantiosos recursos que deberían destinarse al bienestar de los pueblos se desvíen hacia la mantención de costosísimas y sofisticadas maquinarias de guerra”.
Guiados por el mismo propósito, en marzo de 2007 un grupo de chilenos constituimos el Comité “Devolvamos el Huáscar”, para avanzar en la senda del progreso social y el entendimiento entre las naciones del continente, al igual que los libros y documentos de archivo, el “Huáscar” debe emprender el viaje de retomo a su país.