Siguiendo con el proceso de chilenización de las provincias cautivas, el gobierno de Santiago empezó la expulsión sistemática de la población peruana.
Primero fue la clausura de las escuelas peruanas, después el cierre de las Iglesias, la expulsión de los sacerdotes y el destrozo de los diarios de Tacna y Arica. Habían pasado más de treinta años de ocupación y la población seguía más peruana que nunca. Empezó entonces el proceso de expulsiones, ¿Quién no ha tenido en las provincias ocupadas algún familiar que tuvo que salir en esa época, muchas veces entre gallos y medianoche, a Bolivia, al norte del país o al puerto de El Callao?
Para expulsar a los peruanos se utilizó la violencia. Llovieron los maltratos, los atropellos, los abusos con saña. Fueron arrojados los personajes que pudieran representar resistencia a las directivas chilenas. Salieron gente de todas las clases sociales. Empresarios, comerciantes, agricultores. Se formaron las “Ligas Patrióticas” (y después las Corporaciones Plebiscitarias chilenas) apoyadas por el gobierno de Chile para cometer estos abusos con impunidad. Se obligaba a vender las propiedades a precios bajísimos o eran citados por la policía y, si asistían, algunos no regresaban a sus hogares. Había allanamientos a cualquier hora del día, ultrajes a cada momento, asesinatos, desapariciones. En 1927 el río Caplina tuvo un caudal inusual por las intensas lluvias que cayeron en la parte alta y todos los canales y quebradas se convirtieron en torrenteras, una de ellas la Quebrada del Diablo, en el cerro Intiorko. Las aguas sacaron a decenas de personas asesinadas que habían sido enterradas en ese lugar. Se descubrieron a ancianos, hombres, mujeres y niños que habían desaparecido y nadie daba con ellos. Allí se encontró, entre otros, los cadáveres de José Gambetta Correa y su hijita Clarita, juntos, amarrados con alambres. Aquí en Tacna hay una escuela que lleva el nombre de la hijita de don José.
Las autoridades chilenas sostenían que las expulsiones de los peruanos (¿expulsiones de sus propios hogares?) se debían a la baja de los ingresos por el salitre y que en esa situación también se encontraban bolivianos y hasta chilenos, lo cual era falso porque los únicos expulsados, vejados, encarcelados y asesinados eran los peruanos. Los tacneños y ariqueños que eran obligados a dejar sus tierras serían reemplazados, según el gobierno chileno, por sus nacionales que eran traídos principalmente del sur de ese país. Los periódicos chilenos sostenían que se estaba llevando a Tacna y Arica a una población nómada que ni siquiera tenía raíces en esos lugares. Se quejaban de su gobierno que estaba gastando “demasiada plata” en el traslado de esas personas dejando casi despoblada la agricultura del sur de Chile. El diario “La Unión” de Santiago publicaba, ya en 1911, que muchos de los chilenos que venían a Tacna no tenían trabajo sostenido y luego regresaban, decepcionados, apenas conseguían el pasaje de vuelta, favoreciendo únicamente a las Compañías de Vapores.
Sin embargo, muchos chilenos y sus familias se quedaron. Se les asignó las tierras que fueron abandonadas por los peruanos amenazados o que fueron adquiridas a precios de regalo. El gobierno chileno, para fomentar la población chilena en Tacna y Arica, expide una norma mediante la cual proveía a todo chileno que viniera a estas provincias, pasaje gratis para él y sus familiares, equipajes, bienes domésticos, herramientas y maquinarias. Se les abonaría por adelantado, una pensión de dos pesos diarios para la pareja matrimonial y 1.50 pesos para cada hijo mayor de 20 años. El pago corría desde el día que saliera la familia de su lugar de origen en Chile. En Tacna se daba una casa con tres habitaciones, implementos agrícolas, semillas y plantas por el valor de 100 pesos para que puedan iniciar su actividad. Algunas de estas familias se quedaron en 1929 después de la Entrega. No regresaron porque no tenían nada que encontrar si volvían a su país. Muchos de sus descendientes radican aún en la ciudad.
Los mítines de las Ligas Patrióticas eran frecuentes con la participación de militares vestidos de civil y gente de baja estofa traída de Chile. Después de los mítines venían las provocaciones, los asaltos y las intimidaciones a la población peruana.
En 1918, por primera vez, las autoridades chilenas prohibieron que se izara en las casas de las familias peruanas la Bandera Bicolor. Hubo protestas de la cancillería en Lima, pero su par de Santiago dejó entrever que predominada la razón de quien tenía la fuerza. Los peruanos de Tacna y Arica seguían siendo expulsados de sus territorios en calidad de delincuentes. El diario El Comercio publicó las interminables listas de tacneños, ariqueños y tarapaqueños que llegaban a Lima y que, paradójicamente, tampoco recibían un apoyo real del gobierno nacional.
Las modalidades que emplearon los funcionarios chilenos por órdenes expresas de su gobierno y cancillería también abarcaron la negativa a que tuvieran empleo en alguna oficina o taller, no podían circular desde determinada hora de la noche y a muchas familias, sin justificación alguna, se les expropiaba sus bienes. La administración chilena también usó la modalidad el reclutamiento de los jóvenes peruanos para que hagan el servicio militar en su ejército. Los que no querían ir eran víctimas de la violencia. Hay una anécdota sobre el reclutamiento de los hermanos Reynoso Vigil, de Pocollay. Fueron reclutados y enviados a Iquique a hacer el servicio. Eran de caballería, así que un día cambiaron las herraduras de sus caballos, es decir, las pusieron al revés y desertaron. Mientras los chilenos los buscaban en una dirección ellos alargaban la distancia yendo en dirección contraria. Escuché esa anécdota de boca de uno de los protagonistas, don Víctor, cuando, por los 80s, la contaba en la Peña Amistad Tacneñista que encabezaba don René Flores Saco, en Pocollay.
Ya llegaría la etapa más intensa del proceso de chilenización con el plebiscito anunciado para 1926. Aún con todos esos vejámenes, impropios en una sociedad civilizada, no sólo se mantuvo el patriotismo en las provincias cautivas sino que, por el contrario, se fortaleció. De esa casta descienden los tacneños. Hay que valorar esos hechos en su contexto y seguir el ejemplo de nuestros mayores.
Por: Ricardo Oviedo Zavala
Fuente:
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