Desesperada apelación a la Argentina

El Perú sabe que la guerra es inevitable. Entonces, piensa en Argentina. Le ofrece reanudar los contactos para que la república del Plata se sume al tratado defensivo firmado por peruanos y bolivianos. Y si eso no fuera posible en 1874 las negociaciones se rompieron por una intransigencia boliviana, Perú le pide a la Argentina que le venda dos de sus blindados bajo el argumento de que, como todavía no se ha declarado la guerra, Argentina no incurriría en ningún rompimiento del principio de la neutralidad.

Todo será inútil. Las irresponsables clases dominantes peruanas fantasean, sueñan, inventan alianzas imposibles. Es demasiado tarde. Lo prueba esta carta dirigida a nuestro embajador en Brasil y Argentina.

 

Presidente Argentino Nicolás Avellaneda: le dijo no al Perú a pesar de la convención Fierro-Sarratea

Lima, marzo 7 de 1879

 

(Reservada)

Señor Dr. Don Aníbal de la Torre

Ministro Plenipotenciario del Perú en el Brasil y Repúblicas del Plata

Está usted perfectamente instrui­do de las gestiones que hice ante el gobierno de la República Argentina, como agente diplomático del Perú, con el objeto de conseguir su adhe­sión al Tratado de alianza defensiva, ajustado el 6 de febrero de 1873 entre el Perú y Bolivia; del resultado que entonces obtuve y del estado en que quedó aquel asunto.

El conflicto ocurrido últimamente entre Boliviay Chile, que ya no debe­mos esperar que pueda arreglarse de una manera pacífica; el temor muy fundado de que el Perú tome en él parte, en defensa de intereses que son de toda la América, hace nece­sario que continuemos aquellas ges­tiones, a fin de obtener la adhesión definitiva de la República Argentina. Con tal motivo paso a trasmitir a U. S. las instrucciones necesarias.

Como usted debe recordar, el Go­bierno argentino recibió la solicitud del Perú con marcadas pruebas de satisfacción; porque juzgó el tratado bueno y necesario, y se adhirió a él en los términos y con las explicacio­nes que constan en la nota del señor ministro de Relaciones Exteriores de esa República, doctor Tejedor, de fe­cha 14 de octubre de 1,873.

Posteriormente dio esa Legación al gobierno argentino en oficio del 20 de agosto de 1,874 las explicacio­nes solicitadas para perfeccionar la adhesión, habiendo sido antes dis­cutidas y acordadas con el mismo ministro señorTejedor, concluyendo dicha comunicación con las palabras siguientes:

“El abajo firmado se com­place en esperar que la respuesta que acaba de consignar en esta nota sa­tisfaga por completo al Excmo. Gno. argentino; y que desaparezca con ella el obstáculo que impidió el 14 de octubre último, fecha de la nota de usted, a que la presente se refiere, proceder a la celebración definitiva de la adhesión al tratado de alianza defensiva de 6 de febrero”.

El 21 de setiembre del mismo año de 1874 el ministro de Relaciones Exteriores de esa República contestó al anterior oficio, manifestando que su gobierno vacilaba aún en forma­lizar la adhesión por los motivos que expresaba, referentes en su mayor parte a actos del gobierno bolivia­no; y terminando por manifestar que debiendo separarse pronto del Ministerio por cesar la administra­ción de que formaba parte, no le sería ya dado sino remitir a su sucesor la resolución del asunto.

Tres días después de esto estalló en esa República una revolución ini­ciada por el general Mitre; se cambió enseguida el gobierno subiendo a la Presidencia S.E. el doctor Avellaneda y yo me vine a esta capital, haciendo uso del permiso que me había con­cedido el gobierno. A mi regreso a Buenos Aires a mediados de 1,875, ya no se volvió a tocar el asunto de la adhesión quedando todo, por con­siguiente, como permanece hasta hoy, en el estado de que el Gobierno argentino perfeccione esa adhesión. Todos los documentos a que me he referido, y cuanto a tan importante asunto conviene, se encuentran en el archivo de esa Legación.

Quizá el hecho de haberse ajusta­do últimamente un pacto provisional entre Chiley la República Argentina, que suspende por el momento sus cuestiones de límites, habrá hecho variar las ideas de ese gobierno, res­pecto al Tratado aludido, pero juzgo que existen poderosas razones que usted puede hacer valer, en las con­ferencias verbales que tenga, a fin de que se perfeccione aquel pacto.

En efecto, aparte de los estrechos vínculos que unen a ambos países, desde la época de la independencia, y de la urgente necesidad de prestar un apoyo a Bolivia que garantice la integridad de su territorio, basta echar una ligera mirada sobre el modo como está procediendo Chile, para comprender la política que está resuelto a seguir en asuntos de esta clase. Si ha llegado Chile a un aveni­miento con la República Argentina, hay fundados motivos para sospe­char que lo ha hecho sólo para des­embarazarse de ella, para empren­derla contra Bolivia, proclamando el principio de reivindicación contra el cual la cancillería chilena protestara, en otra época, solemnemente.

La reivindicación es, por lo tan­to, una verdadera amenaza contra la República Argentina, y contra el pacto provisional celebrado entre ambos países. Que Chile observará mañana contra esa República el pro­cedimiento que ha empleado contra Bolivia no sólo es presumible, sino

¿Presidente argentino Nicolás Avellaneda: le dijo no al Perú a pesar de la convención Fierro-Sarratea.

seguro, si se tiene en consideración el carácter absorbente que siempre ha distinguido al expresado país, y el poco respeto que guarda a los principios del Derecho de Gentes y a sus compromisos internacionales.

Creo innecesario extenderme más, exponiendo las razones en que usted debe apoyar las gestiones que se le encomiendan usted las conoce, las aprecia muy bien y no dudo que sabrá manifestarlas debidamente, para llevar al ánimo de ese gobier­no el completo convencimiento de que le conviene asegurarse para el porvenir, prestando su adhesión al pacto a que me refiero. No debe olvi­dar usted de manifestar que la unión de las tres Repúblicas servirá para evitar la guerra y para facilitar un arreglo ventajoso de las cuestiones de límites de los dos últimos países.

Pero si, por desgracia, ya no abri­gase ese Gobierno las ideas y pro­pósitos que nos manifestó en 1873 y 1874 y se negase a perfeccionar su adhesión al Tratado de alianza de 6 de febrero, conviene entonces que usted, bajo otra forma, consiga que nos preste su apoyo en la lucha que irremediablemente vamos a sostener con Chile.

La conducta que observa Chile en sus relaciones con las Repúblicas ve­cinas, cuando se trata de cuestiones de límites y su marcada tendencia a ensanchar su territorio, eiercen tan poderosa influencia en su gobierno y en la opinión pública de ese país, que no se parará en medios, de cualesquiera naturaleza que sean, para conseguir su objeto. Están a la vista los preparativos bélicos que hace en gran escala, para emprender una campaña que podría llamarse de conquista, y cuyo término no se puede prever. El Perú, que se halla distante de Chile y que nunca ha te­nido ocasión de sostener cuestiones de límites con él, teme con justicia que si llega a apoderarse definitiva­mente del litoral boliviano, como lo pretende, tratará de avanzar siem­pre, con grave peligro del equilibrio americano y de la tranquilidad de sus vecinos.

Tales consideraciones, además de otras, que obligan al Perú a defender a Bolivia en la presente cuestión con Chile, puede hacérselas también la República Argentina, quizá con ma­yor fundamento que nosotros.

Está, pues, en sus intereses no permanecer indiferente. Y si le es imposible dar su adhesión al Tra­tado, podría aceptar un pacto de subsidios, para lo cual no le sirve de obstáculo la tregua que mantie­ne con dicho país, en virtud de la convención Fierro-Sarratea. Con­forme a lo que se estableciera en el expresado pacto, la República Ar gentinay el Perú se comprometerían a proporcionar uno, dos o más de sus buques de guerra, para cualquier cuestión internacional en que se vie­ran comprometidos, lo que sería de altísima importancia para la paz de este continente y no ofrecería peligro para ninguno de los países, pues ni el Perú tiene intereses políticos en el Atlántico ni la República Argentina en el Pacífico. Dejo ala ilustración de usted manifestar, con tal motivo, que el tratado de subsidios no quebran­ta la neutralidad, ni altera tampoco las relaciones internacionales de los países que lo celebran, respecto de una tercera potencia, contra la cual pueda uno de ellos entrar en guerra, según lo establecen los principios del Derecho Internacional. De manera que no existiendo guerra entre el Perú y Chile, puede la República Argentina ajustar dicho pacto, sin faltar a la neutralidad, si la quiere conservar.

Ahora bien, si ninguno de los medios indicados fuese aceptado por ese gobierno, puede usted pro­ponerle la compra de uno o dos de sus blindados, que sería por terce­ra mano y consultando las reservas convenientes, mediante siempre la más completa reciprocidad por parte del Perú, de suerte que si más tar­de la República Argentina se viera en la necesidad de hacer uso de su Escuadra, el Perú estaría obligado a venderle sus mismos buques y a poner, además, a su disposición uno o dos de sus blindados.

De todos modos, el gobierno del Perú no duda aue el argentino asu­mirá la actitud que las circunstancias exigen, combatiendo el principio de reivindicaciones; y usted debe influir a fin de que pase una nota en tal sen­tido a la Cancillería de Chile.

Las ideas que de un modo general quedan manifestadas en este oficio y que pueden desarrollarse según el curso de las conferencias que ten­ga usted con ese señor ministro de Relaciones Exteriores servirán de base para que usted lleve a cabo las gestiones indicadas. A su inteligencia y sagacidad confía el Supremo Go­bierno el satisfactorio resultado de ellas y con ello habrá prestado usted un gran servicio a la República.

Debo indicar a usted, para ter­minar, que las gestiones que se le encomiendan deben ser por confe­rencias verbales sin dejar constancia por escrito, excepto el caso en que llegue a sentar algún acuerdo.

Queda usted autorizado para hacer uso del cable, a fin de consultar cual­quier duda que ocurriera, sirvién­dose, si lo creyese necesario, de la clave que existe en su poder, con el objeto de proceder con acierto y con la debida rapidez.

Dios guarde a U.S.

M.Irigoyen

Convención Fierro-Sarratea