El último sobreviviente de la plana mayor del “Huáscar” me esperaba el 8 de octubre, a 63 años exactos de la batalla naval de Angamos. El alférez de fragata Manuel Elías Bonnemaison, me recibe. Y es como un reportaje a los ojos mismos de la historia. Setenta y siete años y barba de nieve.
Manuel Elías Bonnemaison (1862- 1961)
Navega, pequeñito, en los óleos de las paredes, el barco del honor peruano. Navega como en el pecho de este hombre envejecido. Como en el mío. Como en el de todos los que sabemos que la historia es algo más que un libro que se abre, que se lee y que se cierra. Navega, otra vez y otra vez, en este día de sal en los labios y de pólvora en la frente. Surca las aguas el barquito blanco. El barco que, después fue pintado de rojo en Talcahuano, quizás si para completar desde el destierro los colores del Perú.
Y un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo:
“Yo quiero ser marino”.
Y Grau replicó:
“Bueno”.
El “Huáscar” tenía 60 metros de longitud, 1,100 toneladas de desplazamiento y dos cañones. Metro y medio (la estatura de un infante) era lo que sobresalía de la obra muerta.
¿Por qué no iba a tener, pues, un guardiamarina de catorce años?
El “Huáscar”
Año de 1866:
En los astilleros de Cammell, Lairdd, en Berkenhead, está concluyendo la construcción de un barco diminuto.
Es para la armada del Perú y llevará el nombre de un emperador peruano. Es del tipo del “Monitor”, nave que aparece en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Trece años más tarde, es el más famoso de los barcos. Y es que son los astilleros de la fama los que lo agigantan por la gloria.
El patriotismo lo eriza de cañones invencibles. El honor lo blinda. Es del acero que hacen los hombres con su desesperación y con su sangre. “Es el más formidable blindado que ha cruzado los mares”, dice Teodoro Roosevelt.
-¿Cómo era el Huáscar?
Y el señor Manuel Elías Bonnemaison, me dice:
Pequeño, con sólo dos cañones de cargar por la boca. La torre dentro de la cual giraban era movida a mano. Su blindaje era de cuatro pulgadas y su andar de 12 millas por hora. No podía disparar ni para adelante ni para atrás, pues lo impedían el castillo de proa y la toldilla de popa.
-¡Barco de carne y hueso!
-El “O’Higgins”, nada más, era cuatro veces mayor. Los acorazados adversarios desplazaban 3,600 toneladas cada uno, tenían seis modernísimos cañones y su blindaje era de 9 pulgadas.
¿Qué iba a hacer la nuez contra el martillo en el diálogo del fuego?
Nada menos que esto: batirse seis veces, capturar diez naves, bombardear puertos y, sobre todo, tener siete capitanes en dos horas.
El arquitecto:
El verdadero arquitecto del “Huáscar”, Miguel Grau, nació en Piura y su maestro fue un poeta. La orfandad fue su primera enseñanza. Pues solitario, como el Monitor, iba a ser. Y a esa edad en que los niños tienen lindos veleros para la laguna y arena en las playas para sus palacios de arena, Grau ya es grumete en un buque ballenero.
La vida le impuso buques de verdad. Y recorre mares y aprende idiomas. Presta sus servicios en naves nacionales: en el “Rímac”, en el “Vigilante” y en el “Ucayali”. A los veinte años es guardiamarina. En aguas chinas se le ve en 1862. Marcha a Nantes en 1864, y trae al Callao las corbetas “Unión” y “América”.
A raíz del Tratado Vivanco-Pareja, se ponen en juego sus sentimientos filiales. Se está muriendo su padre y ese lecho es como el barco del corazón que se hunde.
Grau, empero, se sobrepone al dolor, con rebeldía y con intransigencia.
Combate en Abtao. El heroísmo ya le ha puesto un timón definitivo a su alma. Ya sabe que el crepúsculo del sol está lejos de la aurora.
La carta.
Desde su Monitor, en Pisagua, el 2 de junio de 1879, el “Caballero del Mar”, escribe:
“Distinguida señora:
Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted, y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor, que hoy justamente debe dominarla.
En el combate naval del 21 próximo pasado que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno esposo, el capitán de fragata don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.
Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su delo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia, y por eso me he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respeto con que me suscribo de usted, señora, muy afectuoso y seguro servidor.
Miguel Grau”.
Angamos.
Mientras el “Huáscar” esté en el mar, el Perú no será invadido. Lo sabe Grau, el muy afectuoso y seguro servidor de su patria. El blindado más famoso del mundo no puede descansar. Ya no lo verá más el Callao, el lejanísimo puerto de la esperanza.
El día 4 de octubre, apresa al bergantín “Coquimbo” en Sarco. Hay moluscos y algas marinas en el casco del Monitor, y limpiar los fondos es urgente. Pero, ¿qué importan dos millas más o menos para el andar, si la nave negra del Destino es la que espera? Al sur, pues, siempre al Sur. El “Huáscar”, el día 5, entra a Coquimbo. Es descubierto y el enemigo ya sabe. Entonces, al Norte fallan las máquinas. El día 7, nuevas composturas.
-El día 8 me dice el señor Elías Bonnemaison:
Fuimos localizados. A la una de la madrugada entramos a Antofagasta. El “Huáscar” recorrió la bahía y salió. Pero ya estábamos atrapados. A poco de navegar, avistamos tres humos por la proa. Eran tres barcos enemigos: el “Blanco Encalada”, la “Covadonga” y el “Matías Cousiño”.
Así recorrimos la distancia de 30 millas, y entonces nos creímos a salvo. De pronto, el vigía desde la cofa dio la voz: “¡Humo a la vista hacia el N. O.!”.
Pero la emboscada no fue hecha en virtud de las leyes estrictas del mar. La pequeña nave tuvo que ser engañada. También había de luchar contra el gran acorazado de los falsos informes. “El “Blanco Encalada” está en malas condiciones: necesita ser reparado”, se decía. Entonces el Monitor no forzó sus débiles y pobres máquinas, y a nueve millas por hora enfiló hacia el Norte. Y entonces fue el grito del vigía “¡Humo a la vista hacia el N. O.!”. ¿Serían los transportes que conducían tropas a Antofagasta, de acuerdo con las informaciones recibidas?
-En esta creencia pusimos proa a ellos sin preocuparnos de la Primera División, que estaba a la vista, pero fuera de tiro. Pero los buques avistados no eran transportes: era la Segunda División enemiga, compuesta por el acorazado “Cochrane”, el “O’Higgins” y el “Loa”.
Todavía hay un cuadrante libre para escapar. Pero para algo el “Huáscar” es el blindado más formidable del mundo.
El grave señor Destino así lo quiere: al cambiar el timón de navegación por el de combate, se rompe un aparejo y el Monitor queda sin gobierno. Da vueltas, como el mundo. Vira sobre el costado de estribor. Y se acercan los adversarios. A ellos no se les rompe el timón de combate. A ellos, no.
A las 8 y 55 de la mañana fue afianzado el pabellón en la torre de combate. El “Huáscar” dispara sus cañones con rapidez y decisión. Formidables andanadas de la artillería gruesa enemiga pasaban por alto. Pero, acortadas las distancias, pronto fueron los blancos.
El mar es enorme, pero a veces más pequeño que la gloria. A babor y estribor del “Huáscar”, a 500 metros apenas, hay acorazados enemigos. Se cierran los horizontes. Horizontes de acero y de fuego. Ahora es una selva.
El Monitor ha perdido uno de sus dos cañones. No importa, en la torre de comando está Miguel Grau. Y enormes boquetes hay en la línea de flotación. Son muy útiles ventanas para que la Historia mire. Son para la visita del agua, para que se hunda el pasado, pero el “Huáscar”, no.
Una nueva andanada destroza la torre de comando y hace volar al espacio el cuerpo de nuestro heroico jefe, que fue arrojado al mar por la fuerza de la explosión. El impacto hiere también, mortalmente, al Teniente Ferré. El Comandante Aguirre, entonces, decide lanzarse con el espolón contra el “Cochrane”…
Pero el “Cochrane” no es el blindado más famoso del mundo. Tiene doble hélice y es un guerrero ágil. Gira sobre su eje y elude al “Huáscar” y a 50 metros dispara toda su artillería. Y quedó en silencio el último cañón del Monitor. “No es nada”, dice el Comandante Aguirre, herido, y muere sobre la cureña vencida. Los trozos de madera, los fierros retorcidos, los muebles y otros objetos mezclados con los cuerpos humanos formaban un montón informe… Sólo quedó en pie el doctor Rotalde. No había quedado del botiquín ni un instrumento, ni una venda, ni un remedio.
Sí había un remedio.
Entonces, se hizo cargo del comando el Teniente Rodríguez. Quiso, nuevamente, poner en acción el timón. Arreglar la torre de combate. ¡Todo era inútil! Una bala de cañón lo decapitó.
Y siguió el desfile de los capitanes. Pero había un remedio.
-¡Todo era inútil! El Comandante Carbajal, al frente de la maestranza, trataba de reparar los cañones. Los incendios y las brechas se sucedían. No había municiones ni para las armas menores.
Sí había un remedio.
-Fue entonces cuando el Teniente Gárezon tomó la resolución de hundir el barco volando la Santa Bárbara, pero ésta se hallaba inundada habiendo en la sentina más de tres pies de agua. Hasta la bandera había sido derribada.
Dos voluntarios la izaron en el palo mayor. El “Huáscar”, inerme (está desprovisto de armas para defenderse), describía círculos en trágico desfile ante la artillería adversaria. Y el fuego seguía, terrible. Por segunda vez fue derribada la bandera. Un marinero tuvo que amarrarla al palo, pues hasta las drizas habían sido destrozadas.
Sí había un remedio.
Entonces se dio la orden de abrir las válvulas para precipitar el hundimiento del “Huáscar”. La orden fue dada, pero era necesario parar las máquinas. A 50 metros estaban los barcos enemigos. Y fueron abiertas…
¿Había remedio?
El Teniente Palacios, descubierto sobre la torre, quemaba su último cartucho. Un revólver contra acorazados: eso es Angamos.
El “Huáscar” quedo, entonces, a merced de las olas, mudo e indefenso, incapacitado para ofrecer la menor resistencia. Esperábamos sólo el momento de hundimos. Un puñado de hombres que habíamos sobrevivido a la acción permanecimos en cubierta rodeando al Teniente Gárezon que se mantenía con solemne gravedad. Comprendió entonces, el enemigo, y ordenó a sus brigadas de abordaje la ocupación de nuestra nave.
¿Había remedio?
La ocupación se efectuó, precipitadamente, por un número considerable de hombres armados y provistos de todo elemento de salvataje. Corrieron al cuarto de máquinas y, revólver en mano, exigieron el cierre de las válvulas.
El Teniente chileno Goñi se dirigió al Teniente Gárezon y le intimó que se arriara la bandera. “La bandera (replicó) está amarrada al palo y no se puede arriar; y conste, señor oficial, que usted la encuentra al tope de la nave”.
Había terminado la batalla. Fueron taponadas las vías de agua y apagados los incendios. El “Huáscar” fue varado en la playa de Mejillones. El barco que se había llamado así. Porque las naves heroicas no tienen cautiverio. No tienen cautiverio porque están lejos de sus capitanes muertos. Se mueren, también, y resucitan en el alma de sus banderas.
El remedio
Y un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo: “Yo quiero ser marino”. Y Grau replicó: “Bueno”. Y el niño fue a la guerra y ahora tiene setenta y siete años y barba de nieve. Y en los óleos de las paredes, navega, pequeñito, el barco del honor peruano.
¿Había remedio?
Sí había remedio.
No se hundió el “Huáscar”, pero el pasado se hundió. Definitivamente. Era el remedio. La conciencia de la historia. El porvenir. Y navega, otra vez y otra vez, en este día de sal en los labios y de pólvora en la frente. Todos los días, eternamente, navega en el mar inmenso de la patria el barquito blanco.
Publicado en Revista Turismo, 1942 con el título: Con el último oficial del Huáscar.
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